INQUIETA COMPAÑIA es el título del libro conformados por seis relatos, del
escritor mejicano Carlos Fuentes (1928-2012). Abonados de sabiduría literaria, subyugan la imaginación, la fantasía y el
intelecto de cualquier lector desprevenido. Narrativa de madurez sin desperdicio
de papel ni de tinta, exactos los personajes, naturales los diálogos,
matemáticos los argumentos, girando alrededor del tema que más nos interesa: el
hombre y sus circunstancias, el hombre criollo, el latinoamericano que explica
sus raíces, que toma distancia cultural, que exalta su condición de americano.
Es la expresión de la lúcida conciencia de un Carlos Fuentes, magnífico.
VLAD,
es el título de la última narración de Inquieta
Compañía (Santillana, ediciones generales, España, 2004) en donde la
leyenda del conde Drácula renace vital y tierna. El argumento es puntual. El
personaje inmortal Vladimir Radu, se traslada de Transilvania(Rumania) a ciudad
de Méjico donde se realimenta gracias al precioso líquido de una esposa y
madre (Asunción), para continuar su
periplo llevándose a Magdalena— una niña de 10 años quien será más tarde su
novia y después su esposa-niña. Deviene eterna como él mismo, al entrar en la
legión de Minea, la niña anciana, seductora del propio Vlad.
Podría
estar seguro de afirmar que el tema de la leyenda del VAMPIRO, es retomada por
el escritor, no solo para recrear los grandes mitos de nuestra civilización
como lo son evidentemente el de la eterna
juventud y el de la inmortalidad,
sino también, como una disculpa para encarar el espíritu del ser mejicano: sus
clases, su idiosincrasia. Pero, por sobre todo, una disculpa para asumir temas
tan caros a sus intereses filosóficos tales como el de la vejez y la muerte; el poder y el servilismo;
el amor de pareja; la niñez y la decadencia. En fin, el concepto de un Dios
inacabado. En boca de cada uno de los
personajes de este relato, Fuentes asume un ordenamiento ético, directo,
crítico, conmovedoramente humano.
No debo terminar esta semblanza, sin transcribir un fragmento de Vlad. Es
la parte de un diálogo entre el conde Drácula y Navarro, el esposo de Asunción
y padre de Magdalena (pág. 256 opus cit.):
“...— Por eso amo a los niños— dijo Vlad, sin tocar bocado aunque
invitándome a comer con la mano de uñas largas y vidriosas—. ¿Sabe usted? Un
niño es como un pequeño Dios inacabado—.
¿Un Dios inacabado?— dije con sorpresa—. ¿No sería esa una mejor
definición del diablo? — No, el diablo es un ángel caído. Sí, —reanudó el
discurso Vlad—. El abismo de Dios es su conciencia de ser aún inacabado. Si
Dios acabase, su creación acabaría con él. El mundo no podría ser el simple legado de un Dios
muerto. Ja, un Dios pensionado, en retiro. Imagínese. El mundo como un círculo
de cadáveres, un montón de cenizas... No, el mundo debe ser la obra interminable de un Dios inacabado—. ¿Qué tiene esto que
ver con los niños?— Para mí, señor Navarro, los niños son la parte inacabada de
Dios. Dios necesita el secreto vigor de los niños para seguir existiendo—.
¿Usted no quiere condenar a los niños a la vejez, verdad, señor Navarro? —
Abandonar a un niño a la vejez— repitió impasible el conde, —A la vejez. Y a la
muerte...”
José Díaz-
Díaz
Crítico
literario. joserdia@hotmail.com
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