Con ocasión del lanzamiento de la novela El último romántico, su autor me
concedió una entrevista que ahora reproduzco en su totalidad.
Por: Janiel Humberto Pemberty
Escritor colombiano.
J.H.P. —Cada vez con más frecuencia el cine y los medios audiovisuales se apropian
del lenguaje literario, tanto que es común oír decir: no he leído la novela
pero vi la película, con lo cual nuestro interlocutor da por sentado que conoce
ya la obra literaria sin caer en la cuenta de que la literatura tiene
componentes que el cine ni los medios audiovisuales pueden alcanzar. Ante tanta
proliferación de entretenimiento audiovisual ¿pierde espacio la literatura como
arte masivo?
J.D.D. —La literatura nunca ha sido arte masivo. Es más, el
arte en general nunca ha sido de masas. Ojalá lo fuera. Primero hay que
erradicar el analfabetismo y la ignorancia. Sin embargo y en su reducido
espacio de lectores, la literatura
continua siendo arrinconada ante la avalancha de entretenimiento y diversión pasiva
y sedante que evita por todos los medios recrear educando o estimular los
sentidos y el intelecto para que la gente reflexione sobre el estado de cosas que pasan a su alrededor. El
entretenimiento audiovisual muchas veces hace las veces de somnífero, mientras
que la literatura, ya sea poesía, ensayo, drama, cuento o novela, busca recrear
para envolver en el goce estético y en el disfrute del intelecto al lector
ávido de otros puntos de vista, de belleza, de sabiduría.
En efecto, la Literatura tiene componentes
que las otras artes, en este caso el cine, (y me refiero al cine-arte, no al
cine comercial que es una industria millonaria que nada tiene que ver con el
arte) no puede desarrollar porque están más allá de su materia. Un texto
literario puede adentrarse en los linderos del psiquismo humano y comunicar
sensaciones, percepciones y hasta pensamientos (el monólogo, por ejemplo) a
donde una cámara de filmación jamás podría penetrar. No olvidemos que el
Lenguaje es el instrumento de comunicación mas completo de todos. Y la materia
prima de la literatura es el lenguaje.
J.H.P. —Sabemos que la economía de mercado arrasa con todos los
valores y con las manifestaciones culturales más caras al hombre. ¿Crees que la
economía de mercado atenta contra la literatura?
J.D.D. —De la manera como está orientado el
mercado, sí. Al consumidor se le ofrecen productos que debe desechar cuanto
antes para que de inmediato vuelva a comprar. Se le <<engorila>>
con cualquier cantidad de bienes materiales para que se pierda dentro de ellos
y se olvide de que la vida es algo más
que consumir. El problema en verdad está dado por la ideología que subyace
detrás de este tipo de economía: Se evita y no se impulsa o estimula al hombre a pensar. Entre menos
reflexione y critique su sociedad, mejor. Entre más embotado esté el
consumidor, mejor. El mercado no necesita ni críticos ni pensadores, necesita
consumidores que reproduzcan y hagan crecer el mercado. La buena literatura,
induce a ir en contravía de ese estado de cosas. Fustiga con su ironía,
espolea, a veces, con su humor ácido,
sensibiliza con sus historias hilarantes, se convierte en espejo que nos puede
llevar hasta el asombro. La literatura esta hecha para sensibilizar y
engrandecer al hombre, para ayudarlo a conocerse a sí mismo y a los demás, no
para abotagarlo ni degradarlo.
J.H.P. —Se dice que solo tomamos grandes decisiones cuando estamos
entre la espada y la pared. ¿Hubo en tu vida
algún acontecimiento que te empujara a ser escritor?
J.D.D.
Cuando llegué al uso de razón.
Con la mayoría de edad comencé a
percibir la necesidad de encontrarle un sentido a la vida y de descifrar esa
sensación de absurdo que me perseguía por doquier. Y empecé a leer en forma.
Unas cuatro horas diarias, unos tres libros, en promedio por mes. Luego estudie
Filosofía, después literatura. La escritura comenzó a perseguirme y simplemente
me dejé seducir de ella.
J.H.P. —Y volviendo a la economía de mercado, ¿qué opinión te merecen
los concursos literarios?
Son necesarios pero muchos de ellos
están amañados, sobre todo los auspiciados por algunas editoriales que premian
sólo al autor que les va a garantizar excelentes ventas. En estos casos el
criterio comercial prima sobre el criterio y el valor literario real. Cuando
alguna obra se impone por su valor intrínseco entonces sí se convierte en
plataforma que ayuda a la divulgación de todos los libros del escritor
premiado.
J.H.P. —Cualquiera podría suponer que en Miami, por ser una ciudad
tan cosmopolita, el arte y la literatura tienen relevancia especial, pero todos
los que vivimos en ella sabemos que nos es así. Partiendo de esta premisa ¿es
más fácil hacer literatura en Colombia o en Miami o los ambientes hostiles a la
literatura como los de Miami menguan la facilidad o dificultad para escribir?
J.D.D. —En cualquier parte es difícil dedicarse a la
literatura y menos pretender vivir de ella; aunque hay que reconocer que
existen países como España o Méjico en donde el Estado, por intermedio del
ministerio de Cultura o Educación, dedica una cantidad decente de su
presupuesto para impulsar las “casas de cultura” municipales, los talleres
literarios o las bolsas de empleo para escritores o las becas, etc. Son
sociedades que invierten en promoción cultural porque están conscientes de su
necesidad real. En Colombia todavía se le teme a los escritores por su
capacidad instigadora en contra de la injusticia social y cuando alguno triunfa
(por lo general en el exterior) de inmediato se le trata de comprar
ofreciéndole algún puesto burocrático.
Escribir en idioma español en
Miami, a pesar de la cantidad de inmigrantes latinoamericanos, es predicar en
el desierto. A los lectores hay que buscarlos con lupa. Prácticamente no hay
mercado editorial y los pocos libros que se publican cada año son autoediciones
de escritores que se equivocaron de ciudad para vivir y que no pueden dejar de
escribir porque ese oficio significa su vocación y su instrumento de afirmación
a la vida. ¿De qué viven? De cualquier otro trabajo. No aconsejo dedicarse a la
literatura en esta ciudad si se tiene una familia que mantener.
J.H.P. — ¿Prefieres las insinuaciones mallarmeianas a las
descripciones?
J.D.D. — Stéphane Mallarmé aportó muchísimo al
enriquecimiento del lenguaje para explorar
sus caras ocultas y para multiplicar el sentido de una palabra, de un
verso, de un párrafo. El eco, la sonoridad y la resonancia que viene detrás de
cada expresión se revelan cuando llegan al lector y le engrandecen y le
insinúan sentidos antes desconocidos e insospechados. La sombra y el lado sutil
de los hechos y las cosas pasan a ocupar un primer plano. Un golpe de dados se convierte, entonces, en algo más que la suma
de esos 4 entes gramaticales. Sugiere: albur, insinúa azar y destino; puede
entenderse como un posible cambio de vida, se afirma el carácter aleatorio y
circunstancial de los sucesos; puede ser la revelación de estar a las puertas
de lograr algo soñado, etc.
Mallarmé y el movimiento
simbolista aportaron a la literatura el vigor que hoy mantiene. Le dieron
prelación al Símbolo y a la Imagen como elementos primordiales y
característicos del verdadero lenguaje literario. Al valor filosófico y poético
que yace en el fondo de un buen verso, se puede allegar gracias a la
orientación de éste maestro que junto a sus discípulos Verlaine y Rimbaud nos
indicaron que escribir literatura es mucho más que hacer una buena descripción.
J.H.P. —Sé cuán difícil resulta, cuando se lleva una vida cultural
activa, decir quién es nuestro padre en determinada disciplina o profesión.
Pero incluso así me rindo a la tentación y te pregunto: ¿Cuáles escritores te
han marcado más como lector y cuáles como escritor?
J.D.D. — En cuanto a mis lecturas, en poesía no puedo dejar
de mencionar a los grandes William Blake y Rainer María Rilke, verdaderos
monstruos de sensibilidad y creación; y a un colombiano contemporáneo (que
murió como paria en su propia tierra) y
cuya obra no ha sido aun suficientemente divulgada, llamado Raúl Gómez
Jattín. En cuanto a pensamiento, narrativa e influencia ideológica, comienzo con
Aristóteles, sigo con Nietzsche, (el peligro y el pavor de ver el abismo en la
propia interioridad...), me deleito con Hermann Hesse (El juego de los abalorios), con Edgar Allan Poe, y me aboco a
comprender a Michel Foucault.
En el intermedio están los surrealistas, principalmente André Breton. Tampoco puedo dejar de
mencionar a Jean Paul Sartre ni a Charles Bukowski, ni a Elfriede Jelinek
(<<El uso del lenguaje como látigo>>). Borges también ronda como un
fantasma genial.
En cuanto a la escritura me
considero postmoderno y asumo los postulados de Foucault. Sobre todo en lo que
se refiere a la acción y a los personajes transgresores, marginales y de límite. James Joyce es mi gran maestro (El monólogo de Molly Bloom
sigue siendo la corriente imparable de la voz femenina). Franz Kafka es el faro
que ilumina las heridas aun sangrantes del ciudadano, infringidas por las
estocadas imperceptibles del Estado moderno sobre su conciencia.
Siento una gran influencia
también, en cuanto a la técnica y a la carpintería, de Guillermo Cabrera
Infante (celebro su capacidad para la parodia) y definitivamente de Roberto Bolaño
(Los detectives salvajes, “2666” y su obra total) a quien considero
el escritor latinoamericano más centrado en lo que debe significar la narrativa
en estas primeras décadas del siglo XXI.
J.H.P. — ¿Está la literatura en crisis como el hombre o por el
contrario la crisis del hombre alimenta la literatura?
J.D.D.
Crisis es un término que ha
perdido su carga semántica de tanto uso y abuso. Yo diría que en la cultura de
Occidente el hombre de hoy vive su momento degradado por los instrumentos de
poder que le imponen el Consumismo como único camino a seguir. Luego viene la
industria del espectáculo que se encarga de rematar al paciente con su diversión
light, la cual no hace más que anestesiarlo, aturdirlo y alienarlo, en
el sentido filosófico del término. La existencia del hombre contemporáneo
planteada en estos términos nos dice que su crisis es profunda y que la calidad
de vida está por alcanzarse. Y sin embargo, la literatura está ahí. Los
clásicos están esperando ser leídos, pero los pocos lectores que existen
-lectores pasivos en su mayoría- son abrumados con la literatura-basura que el
mercado les impone: biografías, autobiografías y memorias de la farándula, narrativa de escaso y hasta
nulo valor literario, chabacanería llevada a la imprenta o a la pantalla
digital posando como textos literarios cuando apenas son escritos sin ningún
soporte estético.
El lector de hoy necesita de
orientación y de instrumentos que le ayuden a acceder a la buena literatura con
criterios propios. Conquistar el hábito de la lectura sería un objetivo
grandioso a alcanzar.
J.H.P. — Los grupos y movimientos literarios han estado presentes a lo
largo de la historia y muestra tajante de ello son los innumerables “ismos” que
tratan de añadir una nueva concepción a la creación estética en todas sus
vertientes. En el caso particular del escritor ¿mejor solo o como miembro de
una tertulia o grupo?
J.D.D. — Pienso que el escritor debe combinar esas dos
maneras: de participación y a la vez de profundización solitaria en su propio
trabajo, para retroalimentarse, para no perder el contacto con la corriente de
pensamiento y sensibilidad de sus colegas y
para no descuidar su propia
meditación sobre el trabajo individual. El escritor de verdad, debe alcanzar un
grado de madurez artística que le permita diseñar y potenciar un universo
personal, una estética individual, un modo de ver el mundo, que ilumine a sus
congéneres para que ellos en condición de lectores activos se sumerjan en los
postulados de su escritura y no solo disfruten de la lectura sino que
encuentren elementos de inspiración para ser mejores seres humanos.
Cuentan que Mallarmé tenía el
hábito de celebrar en su casa una
tertulia semanal todos los martes y es bien sabido que José Lezama Lima, el
cubano neobarroco quien le dio vida a la Imagen del hombre latinoamericano,
mantenía en su casa una tertulia permanente desde donde -y con la revista Orígenes- dirigió la vida literaria y
poética de la habana por varias décadas.
J.H.P. — A la hora de escribir
¿eres más musical o más pictórico?
J.D.D. — Conceptual. Soy más conceptual definitivamente. La
consecución de un tema, de una tesis, de una premisa como punto de partida para
la elaboración de un poema, de un relato, de un cuento, de una novela es para
mí el punto de partida. Luego vienen los símbolos, las imágenes, el lenguaje
connotativo. Primero va el <<qué decir>> y luego sí el “cómo
decirlo”.
La musicalidad del lenguaje en la
composición del texto pesa mucho más en mí que la parte pictórica. Escribo
pensando primero en el oído del lector (el más antiguo de los sentidos) y luego
sí en su visión. La imagen conceptual –musical se aviene mejor con mi propio
psiquismo. Sin embargo, trato de no descuidar el color y de darle su verdadera
dimensión sobre todo cuando se logra una metáfora en donde la luz ilumina el
texto como una fruta exquisita que se regodea en la hendidura complaciente de
una boca sedienta.
J.H.P. — En un mundo en el que la imagen desplaza cada vez más al
discurso escrito ¿crees que la literatura deberá ser más metafórica, más
proclive a la imagen?
J.D.D. — La imagen debe ser complemento de la palabra y no
al revés, decía Saramago. Actualmente vivimos bajo la dictadura de la Imagen.
Porque la imagen tiende a convertir al espectador en sujeto pasivo. Además
impacta y vende con facilidad y entonces todo el aparato publicitario la
utiliza para lograr su objetivo: el consumo. De todas maneras lo que se busca es
un comprador compulsivo y no reflexivo. Una foto, un video, una imagen
audiovisual, la tele, la foto-revista, etc., muestran y hasta pueden informar
pero no inducen a la reflexión ni mucho menos a la meditación. Detrás de todo esto se encuentra como soporte
la economía de mercado en la cual todos estamos inmersos.
La literatura, por el contrario,
trabaja con sus propias herramienta que es el lenguaje lírico, metafórico,
simbólico y de imágenes de tipo sensorial y conceptual de figuras llamadas
literarias, muy distinto del lenguaje convencional, transaccional y denotativo
que es usado en las formas de comunicación no artística. El arte y la
literatura proponen una mirada distinta de las cosas y de la vida, del sentido
de la existencia, de la relación interpersonal, y su misión es lograr seducir
al lector bajo el imperio de la belleza, bajo los cánones de una estética
acorde con el nivel histórico de evolución social. Literatura sin metáfora
difícilmente es buena literatura.
J.H.P. — En toda creación estética subyace una motivación, un
impulso, un querer mostrar o decir. ¿Tu novela El último romántico es una
crítica o un sarcasmo contra el mundo materialista, consumista y deshumanizado
de hoy?
J.D.D. — Ciertamente que sí. Es una parodia tragicómica que
descansa en los diálogos conmovidos entre un librero atribulado y retirado del
oficio con un aprendiz de escritor arrepentido. Bajo la férula de la comicidad,
abordo a través de un personaje idealista y naive el tinglado de la
realidad tercermundista a partir de la realidad colombiana. También intento
mostrar, a partir de digresiones y divagaciones del personaje principal, los
valores quijotescos que reposan en la conciencia de nuestras juventudes. Me
aventuro a realzar el carácter primordial de la mujer en cuanto signo
determinante de afirmación a la vida.
Un aspecto estructural de la novela que me
gustaría puntualizar es el referente al concepto de creación. Como en el cuadro
Las Meninas de Velásquez, en donde el
pintor aparece dentro de la pintura, de similar manera en El último romántico el personaje principal se observa así mismo y
observa a su vez el proceso de su escritura. Cuando utilizo la figura de “la
novela dentro de la novela” lo hago con el propósito de familiarizar al lector
y también al escritor novato, con el movimiento creativo de una narración que
se mira y se supervisa en su propio desarrollo.
J.H.P. — Tu libro de poemas Los versos del emigrante nos revela un
creador desencantado con una realidad sin esperanza. ¿En cual de esos dos
libros crees que has plasmado ese mundo sin futuro de una manera mejor?
J.D.D. — Evidentemente, yo soy de los que creen, como el
escritor Roberto Bolaño, que el ser humano está de antemano condenado a la
derrota, pero que se debe salir a dar la pelea. En la página 12 de El último romántico, lo dejo saber en
boca del librero: “He llegado y me siento obligado a confesarlo, a la edad en
la cual la vida es finalmente aceptada como una derrota. Me hierve la sangre
tener que admitirlo, pero es así. Sin embargo, la visión desoladora que tengo
de la condición humana, les prometo, no va a influir en el semblante del
presente relato. ”
Tanto la poesía como la narrativa tienen sus
propias reglas de juego. En ambas he apostado mis restos. Me he acercado a la
crítica del mundo de hoy de manera vertical, sin máscaras ni tapujos, sin
falsas expectativas ni disfraces, sin dobleces; es un ejercicio de depuración y
catarsis que comienza por beneficiar a quien escribe pero también a quien lee.
J.H.P.
— Sostuviste por
años una columna de opinión en un periódico local y en el mundo literario de
Miami eres reconocido por tus dotes de ensayista. ¿Te sientes mejor haciendo
novela, poesía o ensayo?
J.D.D.
El ensayo y la crítica literaria van
dirigidos a la razón. La poesía va directa al sentimiento y a la emoción. La
novela recrea un mundo de ficción para disparar la fantasía y la imaginación.
Con una buena capacidad de
análisis y de síntesis, el ensayo va fácil. La novela es otra cosa. Hay que
tener y desarrollar la capacidad para contar el cuento con todas las de la ley.
Escribir un buen verso es lograr convocar el espíritu del universo para que se
nos entregue en un retazo de lenguaje domado por la pluma del poeta. Así las
cosas, yo pienso que uno es un instrumento del lenguaje y que las formas de
expresión van saliendo acordes con fuerzas y momentos difíciles de definir.
J.H.P. — En estos momentos
estamos fascinados por todo el poder que la Internet va cobrando sobre nuestras
vidas, y en el caso del escritor en particular, este se encuentra
frente a un futuro que lo reta y una red que igual le
brinda la oportunidad de sobresalir con mucho ingenio o de quedar sumido en el
anonimato. No sé si me hago entender. De todas maneras ante el desafío del E-book
¿cómo ves tu futuro de escritor?
J.D.D. —El E-book
es simplemente un libro en formato digital. En este sentido no pienso que de
por sí produzca cambios radicales en el futuro de ningún escritor. De lo que sí
hay que alegrarse es que acaba en un porcentaje altísimo con la tiranía de las
editoriales convencionales y facilita al máximo la publicación de toda clase de
textos. Es una pena que los libros de papel hayan encontrado una competencia
tan fuerte con los e-book, pero para el escritor es beneficioso en cuanto se
espera que aumente el número de lectores, lo que en definitiva es positivo para
todas las partes. La tecnología bien utilizada es provechosa para el desarrollo
de una conciencia colectiva que empuje al hombre hacia la consecución de su
bienestar y mejor calidad de vida y evite su hundimiento en las fauces de la
mediocridad.
La Internet, que duda cabe, después de la
invención de la imprenta, es el invento de mayor impacto sobre la historia y
evolución de la humanidad. Hasta tal punto
que está transformando los
contenidos y las formas del conocimiento y, de paso, modificando las
tradicionales maneras de conocer.
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