Amigos,
los invito a que lean mi eBook: "Retrato
de un incauto" publicado por Sub-urbano ediciones. Su costo es de $3.99, y consta de trescientas
páginas. Se baja en el sitio: www.sub-urbano.info
A continuación les adelanto un fragmento.

13
Mirtaloba
Pero ahora que Eugenia trae a colación
sus obras de teatro, mi memoria no puede
dejar de pensar en ese personaje, en esa femme
fatale que ya conocemos y que es nada menos que Mirtaloba. El asunto no es
que Mirtaloba haya finalmente encontrado a su victimario Luciano y haya saciado
en el enano su sed de venganza. No. Lo verídico según me lo confesó Gerardo
Antonio sucedió cuando unos seis meses después del infortunado incidente de la
jarra de agua helada, la vampiresa criolla sí lo contactó pero ya no con el
ánimo de cobrar deudas lejanas, sino para que la ayudara a salir de un problema
muy serio que la tenía en ascuas. Requería con urgencia los servicios
profesionales del maestro Luciano, sobre todo ahora que según los diarios del
país reseñaban el nuevo título que el genial liliputiense poseía entre sus
credenciales académicas, el de <<Exorcista Certificado>>. El
documento, en efecto, estaba suscrito por la sociedad de santeros del caribe,
fieles practicantes del culto yoruba y avalado por la orden sincretista Babalú
número uno con sede en la Habana, Cuba. La rúbrica del abogado y
respetabilísimo santero Oscar Tariche, avalaba la autenticidad del diploma.
—Maestro— le dijo Mirtaloba a
Luciano, enseñándole los dientes blancos y parejos en una media sonrisa que no
se sabía si era fingida o verdadera. Estaban sentados uno frente al otro en la
terraza del segundo piso de la cafetería Monteblanco ubicada en la esquina la
carrera séptima con catorce en Bogotá, cita a la cual accedió el maestro
después de semanas de llamadas telefónicas en las cuales ella le aseguraba que
estaba olvidado y perdonado el incidente aquel y que si lo quería ver era
porque realmente necesitaba de su ayuda y de que los amigos si en verdad eran
amigos tenían que ser solidarios en las buenas y en las malas.
—Maestro— le volvió a decir sin reticencia
alguna mientras llamó con un chasquido de los dedos pulgar y del corazón a la
mesera para pedirle dos tazas de aguas aromáticas (las uñas se le veían todas
comidas)— yo sé que no te caigo muy simpática por lo loba y golfa que dicen que
soy; una bocazas que habla con desparpajo sobre las cosas íntimas de la gente;
que soy altanera, que ando metiendo la pata en todo lo que digo y lo que hago
como si fuera una torcida de nacimiento; que la paso flirteando con todo el
mundo, que soy una buscona, una mosquita muerta; una casquivana de medio pelo
con ese aire de corista de segunda categoría, pizpireta y ridícula; que me
gusta lucir prendas prestadas; que me gusta aparentar lo que no soy, que compro
ropa fina y de marca en tiendas exclusivas y que a la semana después de usarlas
al menos una vez, las devuelvo y aquí no pasó nada. Qué va. Nada que ver. Lo
que pasa es que me tienen ojeriza. Pero qué le vamos a hacer no todas somos
monedita de oro y entre nosotros han pasado cosas tan íntimas que sea como sea
son cosas que nos unen más que nos separan. De hecho, te digo que quisiera
volver a estar contigo en la intimidad pero sin triquiñuelas ni mañerías para
que te regodees de verdad esta golosina jugosita que te espera impaciente. Así
de fácil, papito, lo tomas o lo dejas. Qué puñeta. Lucianito, para no dilatar
más la tragedia, el caso es que estoy estudiando Reiki con el fin de ayudarme a
mí misma en mi sanación pues ya no puedo con ese rollo de las posesiones
carnales de las benditas ánimas que me han escogido como su templo de carne y
hueso para visitarme en la paz de la noche y gozarme y saciar sus apetencias y
desahogar en mi humanidad sus inmortales ganas de coitar como si en su mundo no
existieran mujeres y si en este no existiera más que yo. Tampoco.
—Maestrico— le decía Mirtaloba
a Luciano tomándole con sus dos manos su manita derecha, mirándolo a los ojos
con una expresión enigmática entre angustiada y triste — si me ves así de flaca
no es porque lleve una dieta muy rigurosa, sino de tanta singadera con las
ánimas de dos o tres sementales sibaritas que no se cansan de darme falo todas
las noches y si vieras maestro cómo me despierto de sobresalto toda bañada en
sudor por la potencia de esos orgasmos que me hacen gemir de placer. Menos mal
que duermo en mi habitación independiente, si no cómo fuera. Qué vergüenza. Qué
diría mi mamá. Otra cosa es cuando lo hago con mi preferido, mi benemérito, mi
médico de cabecera, el beato José Gregorio. Con él es distinto porque sea como
sea es mi protector y muchos son los favores que me hace como para yo ir a
negarle lo que él como hombre que es necesita de vez en cuando. Además no me
pone tan fría la cama ni mi cuerpo al inicio de la visita, como sucede con los
otros ni me deja la piel con un olorcito maluco que solo después de varios días
de jabón y perfume logro ahuyentar. ¡Guácala! Él sí es bienvenido y con
alborozo lo recibo lástima que cuando me vengo y me despierto a la vez, y lo
quiero abrazar, el santo se me esfuma, su cuerpo se desprende de mi bisagra y
huye, se evade ¡puff! desaparece y deja mis brazos abrazando el vacío. Qué va.
Así no vale.
Créemelo maestro, no es fácil
ser amante de tanta sombra en pena, que me dejan frágil todo el día, como trastornada,
dual, mal y fatal. Que se las arreglen con las once mil vírgenes que dicen que
tienen por allá. Holgazanes de la eternidad. La chimba’e Lola. No es mi
problema. Claro, con el beato es otra cosa. A él nunca se lo voy a negar, al
contrario es un honor y un privilegio para mí. Bueno, lo que se dice
privilegio, privilegio, no. Pero sí me siento distinguida y premiada con su
escogencia. Total, una mano lava a la otra, si yo todo el tiempo le estoy
pidiendo favores que a decir verdad el siempre me concede, nunca me falla.
Siempre seré su pistilo dispuesta a recibir su leche celestial, como dicen.
Pero otra cosa muy distinta es con esos padrotes gigantescos que ni conozco ni
sé a ciencia cierta quienes son pues cuando me despierto sobresaltada y por la
potencia del clímax quedo sentada y con los ojos abiertos en el mismo instante
en que el visitante se desprende de mí y desaparece como alma que lleva el
diablo. Claro, maestro, que al final de cuentas no te puedo negar que también
gozo. Mañosos que son, cómo no gozar con esas artes amatorias que recorren el
manual del kamasutra con qué facilidad, feroces expertos de la sodomía.
¡Huyyy...! ¡Qué bárbaros! ¡Qué verriondera!
— ¡Pero ya basta!—. Continuaba
diciendo Mirtaloba como volviendo en sí de sus pesadillas que ahora evocaba de
manera tan vívida — Maestro Luciano. No más. Ya no más tontinas. Yo no me chupo
el dedo. Estas y todas las cosas que me pasan por estúpida y confiada deben
acabar. Ya no voy a buscar como lo hacía antes el amor verdadero entre el
desfile de amantes y tinieblos que he tenido y que no son pocos. Siempre y con
cada uno de ellos buscando el amor y lo que encontraba al final era un acezante
chorizo de carne esperando para penetrarme. Todos, sin excepción lo que querían
era cepillarme. No voy a hacer más la pendeja dizque socorriendo a mis amigos
del barrio que no tenían novia, con una felación relámpago o con un polvito de
gallo salvador para que se aliviaran el cuerpo del peso de la abstinencia y se
les aclarara la mente casi tostada de tanta paja. Toco madera.
Pero volviendo a lo actual, de
verdad Lucianito que necesito de tu ayuda. Estoy que me hago caquita de solo
pensar que no me puedas socorrer. De nada me han servido las sesiones de Reiki.
De nada me han servido las sesiones de desahogos colectivos que realizamos en
el servicio religioso de la iglesia con los hermanos evangélicos todos los
domingos bajo el prodigioso verbo encantado de mi pastor Ángel Manuel, a pesar
de lo buena discípula que soy. Porque eso sí nadie me gana en cantar y en orar,
en gritar cuando hay que gritar y en bailar y en hablar en lenguas y en entrar
rapidito en ese estado de trance letárgico de semiinconsciencia donde ya no sé
quién soy pero que me hace sentir liviana y liberada de tanta energía apestosa
que abunda por ahí. Pero aún así, nada que me logro curar. Así pues que estoy
en tus manos. Hipnotízame, hazme
regresión, Lo que sea. Si crees que estoy posesa, exorcízame. Soy paciente
disponible. Ayúdame, mi pequeño iluminado. No seas tan antipático. Ya no
aguanto más tristeza. Esto no es vida. Tengo amantes fantasmales y en la vida
real no tengo ninguno porque según dicen, ellos son celosos y me alejan
cualquier galán de carne y hueso que me quiera pretender. Mi cabeza navega en
un limbo de incoherencias y verdades a medias. En serio, maestro, fíjate que
hasta en el trabajo estoy teniendo problemas y hasta me pueden echar en
cualquier momento pues están cansados de que me quede dormida sobre la máquina
de escribir donde me toca transcribir ordenes de compra durante las ocho horas
continuas. A veces me doy cuenta de que estoy llorando sin saber por qué de
modo inexplicable, sin motivo aparente amiguito. Llorando a moco tendido. De
verdad, créeme que estoy de psiquiatra. Mis nervios no dan más.
—A ver, a ver— le replicó
Luciano tratando de calmarla con su mirada apacible y comprensiva mientras con
un gesto paternal la invitaba a tranquilizarse y a beber el agua aromática que
una mesera vestida de falda larga y delantal blanco almidonado les había
servido hacía ya unos minutos.
— ¿Kikirikihaga, mi niña? No
te preocupes. Para comenzar, te tengo dos noticias. Una buena y una mala. La
buena es, que ese problemita tiene cura. Y la mala es que después de efectuada
la ceremonia de sanación, ya nunca jamás podrás ser toqueteada ni poseída por
las ánimas singonas incluyendo al beato.
Mirtaloba lo miraba con una
expresión entre incrédula y maravillada a la vez. Se tapaba la cara con las
manos, se trataba de levantar de la silla, se movía nerviosa, hasta que después
de unos segundos tomó una bocanada de aire y resopló. —Sí maestro. Estoy
dispuesta a hacer lo que haya que hacer. Dímelo nomás. Ya sé que hay que hacer
sacrificios. Bendito sea el Señor. Dichosos los oídos que te escuchan. Yo sabía
que contigo podía contar. No sabes el peso que me quitas de encima. Lo siento
por José Gregorio. Él comprenderá.
Enseguida, el liliputiense le
puntualizó con pormenores los detalles del rito a seguir. Escogieron como lugar
el patio trasero de la casa de Luciano y ese jueves siguiente a las diez de la
mañana con la presencia de Gerardo Antonio, quien como testigo voluntario se
ofreció para avalar la ceremonia, efectuó lo que para el maestro era pan
comido. Mirtaloba iría vestida con ropas muy ligeras y usadas, fáciles de
rasgar y quitar por el oficiante, quien colocado con el testigo a espaldas de
la paciente (no debían ver sus genitales) y entonando las oraciones pertinentes
para el caso, sería despojada de toda vestimenta, mientras con un látigo hecho
de ramas del árbol llamado espanta muertos, el liliputiense la aporrearía hasta
el cansancio. Así lo dictaba sabiamente la cartilla guía del ceremonial después
de haber tirado el óculo sobre una estera hermosísima que el enano guardaba con
mucho celo y orgullo, bajo llave, en el armario donde mantenía todo tipo de
estatuillas, figuras, reliquias, cuarzos, amuletos, fetiches, talismanes; en
fin, utensilios y utilería de uso práctico en sus artes ocultas. Así se hizo.
Concluido el ritual, Mirtaloba entre incrédula y alborozada, totalmente confusa
con el enrevesado galimatías que había escuchado de boca del oficiante,
especialmente para ella que era neófita en esas artes, bañada en sudor mezclado
con un abundante llanto de lágrimas gruesas, daba gracias, muchas gracias al
maestro por quitarle ese gran peso de encima. Muy modosita se escurrió al
interior de la casa y se encerró en el baño donde se dio una ducha de agua
caliente que en verdad la reconfortó de tanto zarandeo. Se enfundó un traje
nuevo que había adquirido para esa ocasión y que junto con la maleta de marca
(también nueva) devolvería al día siguiente a la casa Dior, como quien dice
aquí no pasó nada y salió de la casa del maestro dando gracias al cielo como si
en verdad se hubiera quitado de encima más de un muerto.
6 comentarios:
Felicitaciones José por El incauto. No me cabe duda de que me voy a reencontrar con la calidad de tu literatura. Te deseo muy buena suerte.
Ya lo leeremos en la tableta.
Pedro Medina shared a link via Revista Sub-Urbano.
June 5
"Retrato de un incauto", novela del escritor colombiano-miamense José Díaz Díaz, nos habla de los deslices de un joven provinciano por las confusas sendas de su vida, de sus amoríos y también de sus grandes amores. Miami: apoyen a los autores locales, descarguen el libro de José sólo por 3.99
John Jairo Palomino Lozano Me gusto mucho el nombre, buen diseño de portada...promete...
Luz Marina Cordero Diaz aseguro...éxito total!!!!
José,
Como apreciarás, luego de unos días en el exterior, me estoy poniendo al día con emails atrasados. Procuraremos divulgar “Retrato de un incauto”.
Sí, no se puede subestimar “el poder de un libro”. Mi padre decía que “nunca se sabe en manos de quién va a caer”…
Seguimos en contacto.
Un abrazo,
Mauricio
On 06/07/13 7:16 AM, José Díaz-Díaz wrote:
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Hola Jose, no se manejar muy bien este sitio, queria felicitarte hace dias por tu ultimo libro y no habia podido. Abrazos.
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