José Díaz – Díaz
Retrato de un incauto
Novela
Retrato de un incauto
© 2013, José Díaz-Díaz
Sub-Urbano ediciones. Suburbano-Ebooks
ISBN 978-1-4507-1188-3
Todos los derechos reservados.
Esta novela es una obra de ficción. Los
nombres, personajes, lugares e incidentes o son producto de la imaginación del
autor o se usan de forma ficticia. Cualquier parecido con personas vivas o
muertas, eventos o escenarios son puramente casuales.
Prohibida la reproducción total o
parcial de esta obra, por cualquier medio, sin permiso escrito del autor.
Para
Nadgia
Sobre
el teclado, una danza de sonidos acuclillados
como
manjar esperan.
“Nunca debe subestimarse el poder de los
libros”
Paul Auster, en Brooklyn
follies
1
Confesiones de un aprendiz
de lector
Soy un hombre retirado de los
afanes de la vida mundana. A mis sesenta y ocho años prefiero seguir atado a
este mundo por el señuelo de la ensoñación y de la utopía, más que por los
vericuetos absurdos y desgastados del previsible acontecer cotidiano. Ejercí
como librero de oficio, actividad por demás venida a menos desde cuando las
librerías fueron banalizadas y convertidas en supermercados de best sellers y los libros pretendieron
competir con las hamburguesas. Mi nombre es Rubén Eduardo Miranda y celebro con
beneplácito la ocurrencia del destino que como un golpe de dados me empujó a finiquitar
una promesa pospuesta sin razón. Nadie desconoce la tranquilidad experimentada
ante la certidumbre de estar cumpliendo con la palabra empeñada.
Así pues, nos encontramos en
este irrenunciable evento: tú leyendo en soledad con curiosa expectación y yo
como narrador solitario, con mis precarias cualidades de cronista de la
inocencia, dispuesto a contarte las infortunados aventuras de mi ahijado
Gerardo Antonio Montoya—que en paz descanse—y que tal como se lo hice saber en
vida, alguna vez tuve la insensata y peregrina idea de prometerle que divulgaría
a los cuatro vientos escenas de su atribulada existencia. ¿Metí la pata a fondo
cuando le hice esa promesa? Quién sabe.
Escúchame lo que te voy a contar. Él no fue ni
rico ni famoso, ni tuvo enemigos que le cogieran ojeriza, ni le sacó ronchas a
nadie. Entonces, me preguntarás ¿por qué me echo a cuestas tan ardua tarea?...hmmm...bueno,
figúrate tú, yo pienso que es una misión
de vida que se me ha encomendado. No hay de otra. Y me doy ánimo para iniciar
la historia y todo el rollo de su vida con la complicidad de este naciente
otoño, recostado en mi hamaca que está amarrada en diagonal entre las paredes
de la terraza de mi vivienda y arropado
con la brisa del océano que acaricia mis piernas velludas y mi rostro atezado,
pues estoy de pantalones cortos y camiseta. Apaciguado del todo, disfruto el
desfile del velamen que pareciera huir de la marina que lo contiene. Así, pues,
llegó la hora de la verdad. Enconchado en este recoveco íntimo de la bahía en
Miami Beach, me encuentro enteramente dispuesto a cumplir con mi palabra
empeñada.
La veracidad de la historia
está garantizada por la incansable vigilancia de mi conciencia, la cual no me
dejará mentir. Me acompañan en esta casa de remanso donde la pereza transita
oronda— además de mi mujer— mi perro de siempre, un shar pei blanco de orejas y trompa negra a quien
traspaso todas las arrugas que el tiempo me va prodigando para yo engañarme con
la vana ilusión de sentirme joven. También me acompañan un reguero de libros
que se encuentran arrumados por todas partes. Desorden y no desorden, que al
parecer es lo único que a estas alturas le da sentido y coherencia —vaya
contradicción—a lo que me resta de existencia.
Qué pena, pero he llegado— y me siento
obligado a confesarlo— a la edad en la cual la vida es finalmente aceptada como
una derrota. Me hierve la sangre admitirlo, pero es así. Sin embargo, la visión
desoladora que tengo de la condición humana, te prometo, no va a influir en el
semblante del relato.
Sin más preámbulos hoy jueves
dieciocho de octubre del año 2007 siendo las seis de la tarde doy inicio al
acatamiento de mi promesa de recuperar para la memoria colectiva, rasgos y
retazos, sesgos de tu discreta presencia por esta tierra de ilusión, ahijado
benevolente a quien sigo queriendo como al hijo que nunca tuve.
Lo conocí por allá a finales
de los setenta, en Caracas, cuando participábamos en una tertulia literaria a
la cual asistían, entre otros, un médico peruano, calvo, de entrecejo
autoritario y aficionado a la poesía; una italiana recién divorciada, profesora
de Letras del Instituto Pedagógico que tiene su sede en el barrio el Paraíso; y
Gustavo García Márquez, uno de los hermanos menores del Nobel quien por esos
años estaba residenciado en Venezuela y gustaba de las peñas literarias; leía y
escribía pero no publicaba porque tenía la certidumbre y el complejo de que
nunca lo haría mejor que su hermano.
Recuerdo que el muchacho me
tomó gran afecto desde entonces y también yo a él; amistad generada, pienso,
aunque me puedo equivocar, por la compartida actitud ante esa esquina de la
vida: desapego y búsqueda, indagación permanente y una crónica inestabilidad
emocional que era lo que nos generaba ese desequilibrado estado de
inconformidad con todo lo establecido. En cuanto a todo lo demás, hay que establecer
las distancias, lo mío es crepúsculo, lo de él, ilusión.
En una de aquellas sesiones,
de las pocas que a decir verdad tomó la palabra pues solía ser de ordinario
tímido y reservado como esos individuos a los cuales hay que sacarles una
palabra con tirabuzón y quienes siempre salen del paso ante alguna pregunta con
un encogerse de hombros, con una media sonrisa, o con un sí, o con un no, es
decir, callados hasta decir basta. En esa ocasión nos narró Gerardo Antonio lo
que fue su primer contacto consciente con los libros de ficción. Nos habló de
su primera intromisión en el mundo y la magia de una historia literaria la cual
evocaba con una inocultable agitación. Frisaba por aquel entonces, nos
aseguraba Gerardo, en los trece años y apenas si estaba despertando de esa
nebulosa que recubre el inocente y fantasioso mundo de los niños; estaba
rompiendo ese amnios de incondicional complacencia, esa placenta inmejorable
que hace de los chiquillos las criaturas felices que todos conocemos. El
personaje literario que lo impactó se llamaba Viernes, el indígena salvado de
ser devorado por los antropófagos que habitaban esa remota isla tropical, de
aguas transparentes, de follaje lujurioso, de incesante sinfonía de cantos de
pájaros exóticos y de playas de blancos arenales. El nombre del libro como
todos pueden suponer era en efecto: Robinson
Crusoe, publicado en 1719 por el escritor inglés Daniel Defoe.
“Fue una revelación que me
enfervorizó hasta quitarme el sueño”, nos confesaba esa noche de sábado el
desgarbado mozalbete de larga nariz y anteojos con cristales de culo de
botella, entre nervioso y feliz de tener un auditorio donde podía desahogar sus
más íntimos recuerdos. “Qué quieren que les diga… las aventuras de Robinson y
Viernes las veía de manera tan real que me parecía estar allí compartiendo las
pesadillas de sus destinos”, sentenció. “Mi fantasía nunca se había disparado
como en esa ocasión. Se me agrandó el mundo y de repente las ventanas de mi
alma o las ventanas de mi conciencia o las ventanas de yo no sé qué—disculpen
si les estoy hablando como un chalado— se abrieron dichosas al encuentro de una
geografía de mares e islas paradisíacas que me sembraron en esa tierra
encantada y me estimularon el apetito por los viajes y las aventuras. Y a decir
verdad— como mis excursiones han sido muy escasas dada mi condición económica
siempre en aprietos— la lectura fue la sustituta a mi obligado sedentarismo y
además, la portadora de un universo misterioso y fresco que me atrapaba
sacándome de una realidad escurridiza para entregarme abismado a otra en el
confort de lo novedoso sin tener que
moverme de mi butaca de aprendiz de lector. Como les vengo diciendo, así es
como hoy evoco mi primer contacto con los libros de ficción, mis queridos
amigos”, agregó.
Luego entornando los ojos como pretendiendo
apresar todo el pasado en ese único instante y respirando a fondo continuó soltando
vivencias de su lejana experiencia:
“...O sea, que también en ese
momento se me comenzó a mezclar de manera fatal el mundo de la fábula con el
mundo de la realidad, figúrense ustedes. Lo cual quiere decir, hoy lo analizo
de esta manera, que pasé de una quimera a otra con la consecuencia de no saber hasta ahora dónde estoy parado.
¿Saben una cosa?—se preguntó mientras abría los ojazos y se rascaba la cabeza con la mano derecha— Les confieso que mi vida toda ha sido un
continuo huir de la realidad. Qué lata”.
Cuando dejó de hablar se hizo
un silencio largo en donde todos los presentes parecíamos sumidos en nuestros
recuerdos infantiles, signados por algún libro con historias que se nos
quedaron para siempre estancadas en la memoria. Tal vez lo dijo todo, tal vez
no dijo nada. De todas maneras no pudimos evitar que un ramalazo triste agitara
remembranzas salpicadas de emoción y hasta de sensiblería. Vivencias como esas
eran parte del embrujo que las tertulias literarias significaban para nosotros
y por las cuales tanto nos apasionábamos en aquellos años.
3 comentarios:
Hola mi nombre es Mucha y estoy escribiendo mi primer libro
Me gustaria charlar con vos
te dejo mi email
soleil000@gmail.com
Una vez que te comuniques te daré mi email privado
gracias
Me encanta como escribis
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