La guerra de las civilizaciones
Una mirada a través de la narrativa de
Orhan Pamuk
José
Díaz-Díaz
Ahora, con el recrudecimiento de la llamada Guerra de
las civilizaciones, recordar el brillo del imperio turco-otomano está de moda.
Qué bueno intentar un acercamiento literario con la relectura de la novela Me llamo rojo, de Orhan Pamuk.
El casi desconocido
en nuestro medio, premio Nobel de literatura 2006, el turco de Estambul
Orhan Pamuk; a mi modo de ver, no es un escritor recomendable para aquellos
lectores que pretenden llegar a la literatura
por la vía de la simple información, de hojear o husmear un libro. En
verdad, pienso que se necesita una muy buena dosis de paciencia y
disponibilidad de espíritu para poder
traspasar la barrera del afán cotidiano y doméstico, y dejarse llevar
entonces, por el goce estético que
produce la lectura de este formidable autor.
Describir el misterio de la vida, el misterio del
arte, es en esta obra de Pamuk un reto consolidado. Introduciéndonos en el
exótico mundo del imperio Turco-Otomano del siglo XVI, con su profundo
conocimiento y sabiduría penetra en las hendijas que horadan la textura de la cultura Oriental por
la influencia de Occidente. Reflexiones de hondo contenido, que van más allá
del alcance de un simple fabulador de cuentos, se ensamblan con
una adecuada dosis de suspenso propia de la novela negra, lo que permite
aligerar y suavizar una temática de por
sí seria y dramática. Y es que con una técnica innovadora y sencilla el
escritor-narrador omnisciente, asume la voz de cada uno de sus personajes.
Habla como si fuera mujer, como si fuera árbol, como si fuera perro o asesino;
asume la conciencia de cada una de las criaturas de su ficción. En la historia
todo el mundo (hasta los objetos) tiene voz y el escritor asume su conciencia.
Es la palabra de la muerte y del diablo, del dinero y del caballo. De este
modo, el narrador no solo no toma distancia de la historia sino que es la conciencia misma de la
historia.
El relato todo está visualmente coloreado por el rojo. De ahí el título. El personaje
central es el mismo relato. Todo gira alrededor de la pintura, de las
ilustraciones de los libros que los maestros
Turco-Otomanos realizaban por encargo del Sultán y de los Bajas, ciudadanos adinerados de ese
entonces. El color rojo se impone como símbolo de pasión y violencia, de ímpetu
y de voluntad, de poder, de arrojo y valentía. El rojo es la fuerza y la luz,
la vida y la muerte
En efecto, Pamuk en boca del mismo color rojo Dice: “¡Qué
hermoso es llenar con mi fuego triunfante una superficie que me está esperando!
Allí donde me extiendo, brillan los ojos, se refuerzan las pasiones, se elevan
las cejas y se aceleran los corazones. Miradme: ¡Qué hermoso es vivir!
Contempladme. ¡Qué bello es ver! Vivir es ver. Aparezco en cualquier parte. La
vida comienza conmigo, todo regresa a mí, creedme”. (Página 314, de la Edición
de Santillana, 2006, Madrid, España, con traducción de Rafael Carpintero y un total de 687 páginas).
La Trama en esta novela es como una disculpa que se
permite el autor para profundizar en la
Ética y la Estética del arte de la Pintura
clásica del imperio oriental turco-otomano, bajo la orientación
islámica, que abominaba del estilo personal y del retrato al modo occidental.
En efecto, el argumento nos cuenta cómo dos de los maestros ilustradores del
taller de pintura más importante a las órdenes del Sultán, terminan siendo
asesinados por uno de sus compañeros, por razones filosóficas, al darse cuenta
de que el libro que estaban ilustrando introducía técnicas occidentales,
(influencia francesa) apartadas de los cánones de los antiguos maestros
orientales y de los dictados estéticos del Islam. Es una disculpa realmente que
le permite al escritor sumergirse en el mundo de la pintura, en el mundo del
color y en el mundo del pintor para captar la extraordinaria sensualidad del
ser humano extasiado en la luz de los sentidos.
Paradójicamente uno de sus personajes centrales, el
maestro Osman, director del taller, quien le dedicara toda su vida a la
creación visual, se cegará
de manera voluntaria, pinchándose los ojos “con un alfiler de turbante
de oro con cabeza de turquesa e incrustaciones de nácar...” por varias razones:
1- para evitar pintar bajo las influencias occidentales; 2- para poder seguir
pintando con los ojos de la memoria;3-para evitar el olvido de lo vivido visualmente.
La
historia de amor entre la hermosa Sekure y Negro es solo una disculpa
complaciente del escritor para con el
lector, igual que lo son las decenas de mini-historias que al estilo de Las mil
y una noches, Orhan Pamuk, nos obsequia
en esta obra grande de la literatura.
Detrás
de las guerras de las civilizaciones hay un largo camino recorrido por el
hombre e impulsado por sus ideas, por sus creencias religiosas y quizás por su
proclive tendencia hacia la autodestrucción.