Fragmentos de la Antología: Un Escorzo Tropical
Los invito a leer fragmentos de los cuentos de la
Antología: Un Escorzo Tropical, dentro
del marco de su lanzamiento en la
plataforma de Amazon.com
Del cuento de María
Gabriela Madrid:
La primera vez
“Solo para él habría sido la
primera vez de Irene. Su negligé anaranjado de encajes burdos tendido sobre la
sábana blanca. Ella miró su rostro en el espejo. Vio su cabello negro recién
lavado aún destilando agua, sus granitos disimulados con la base del maquillaje
un poco oscura para su piel pues la base al igual que el negligé le pertenecía
a su madre. Del escogido no sabía mucho solo que el año pasado entró en cuarto
año de bachillerato y que dicho por sus amigas cercanas, él había comentado su
deseo de conocerla más, de tenerla entre sus brazos, de sentir su respiración
acelerando el paso, de su deseo ardiente de tener sexo con ella.
Entrada la noche la casa les
pertenecería. Los padres de Irene irían al baile anual de la compañía y Frank
tocaría la puerta contrario a lo acostumbrado en los cuentos de hadas
donde el novio escalaba la enredadera con una flor apresada entre sus labios.
Irene untó sus manos con loción
y frotó su cuerpo. Primero fueron sus contornadas piernas, luego su
vientre plano para finalizar con sus brazos y cuello. Luego bajó y subió la
cabeza varias veces para sacudir el exceso de agua de su cabello mojado. Tomó
el secador de pelo, lo acercó con movimientos sinuosos hacia su nuca y cabello.
El aire caliente que emitía del secador era pálido a los calores que predecía
sentiría bajo las caricias de Frank. Frank no sabía que esa noche
no sería su primera vez...".
***
Del cuento de Aymara Jares:
Pesadilla, Luz y Demencia
“No recuerdo nada en particular. Solo sé que mis
ojos permanecían abiertos y que la oscuridad era fastidiosa. Pequeños destellos
de luz se filtraban por una rendija. No
sé exactamente dónde estaba, el espacio era reducido y me tambaleaba de un lado
a otro como barco en mal temporal. El
cuerpo dolorido, mis brazos y piernas delgados al tacto. Escuchaba sonidos que me atormentaban
simultáneamente, voces hablándome a la misma vez, una cerca, otras lejanas. El
sobresalto descontrolado de mi pecho fluctuaba en intensidad. No entendía qué
sucedía, me sentía atrapada, sin energías.
Poco a poco, me fui quedando dormida.
En la oscuridad, un estruendo me sacó del letargo en
el que me encontraba. Un objeto se abalanzó sobre mí, me aporreé la cabeza y sentí cómo la cara
terminó incrustada en la pared.
— ¡Ay, mi nariz!— se me
escaparon las palabras en un grito de dolor.
Mientras
tanto, traté de sacar como pude el
objeto pesado que tenía encima. Escuché voces que no reconocí, nadie vino a
socorrerme. De pronto, algo líquido se
deslizó y se escurrió por el costado superior del labio hasta infiltrarse en mi
boca y mezclarse con la saliva. “Ese
sabor me es familiar”, pensé. De pronto,
sentí nauseas. Sin querer, percibí una
mezcla asquerosa de sangre y saliva, mientras continuaba diluida en aquel
momento que no era real.
Al no saber dónde estaba, ni poder ver bien por ausencia de luz, decidí
cerrar los ojos como lo hice tantas noches, en las que escuchaba los
gritos de Constanza, mi compañera de
cuarto. Se la llevaban diariamente a
media noche, ella nunca quería ir, les decía que no, que se había portado bien
y que no quería ir a pasear. Cuando
cerraban la puerta después de llevársela contra su voluntad, sus gritos
desgarraban mis oídos, la escuchaba clamar mi nombre desconsoladamente por los
pasillos de aquel lugar.
Al principio corría hacia la puerta detrás de ella,
solo para encontrarme frente a Fabián, el verdugo que estaba de guardia en las
noches en que se llevaban. Me era imposible salir a socorrerla, cerraban la
puerta con llave desde afuera para que yo no saliera. Con el tiempo comprendí
que era inútil. Más de una vez Alondra—
la enfermera encargada del piso donde dormíamos— me propinó una paliza que me
dejó moribunda y llena de moretones. Terminé con los ojos hinchados de los
golpes que recibí; pero era preferible
eso a las espantosas golpizas propiciadas por el desgraciado de Fabián, una
lacra humana que decía llamarse enfermero y que al igual que Alondra se
dedicaron a removernos por completo de la realidad. Las heridas no sanaban, antes de que
cicatrizaran, me propinaban una paliza mucho peor, siempre que intentaba evitar
que se la llevaran a esos paseos nocturnos. Con el tiempo me di por vencida y
solo lloraba en un rincón. De la
impotencia, no sabía cómo ayudarla.
Yo no entendía qué hacía allí, me atormentaba el
sufrimiento permanente de Constanza. Nunca comprendí el porqué de esos paseos a
media noche, el porqué de tanto pánico, especialmente cuando al amanecer la
encontraba tranquilamente dormida en su cama.
Poco tiempo después viví en carne propia la
desesperación de mi compañera de cuarto, a la cual nunca más volví a ver,
después de una de esas noches en que se la llevaron.
Fabián llegó por mí, con su mirada burlona, me
miraba de reojo y se reía sarcásticamente. Me levantó del piso tomándome por
los cabellos, fue tan fuerte el jalón
que perdí el aliento. En el pasillo, lo esperaba otro tipo con cara de malo. Me
tomaron de los brazos y descalza, me hicieron caminar por un pasillo largo,
parecía que no tenía fin. Mis pies al
contacto con el suelo se helaron, también mis piernas flacuchas y el cuerpo.
Escuché el tiritar de mi interior. Me llevaron a una habitación llena de luz,
tanta que prácticamente me cegaba. No era luz natural, parecían más bien luces
de quirófano, y todas sobre mí.
Me encontraba totalmente inmovilizada, la pesadumbre
me consumía, pensé en Constanza, cerré mis ojos y advertí sus gritos de pánico
paseándose lentamente en mi memoria. Intenté moverme y no pude. Relajé mi
cuerpo mientras sentía el aliento podrido de Fabián sobre mi rostro, escuché su
risa sarcástica de verdugo infernal sobre mi oreja y la humedad de su lengua
sobre mi cara y mis labios…”.
***
Del cuento de Enrique Córdoba:
Tamora es una mujer que…
“Desde cuando la vi pensé que algo pasaría
con esa dama que iba a mi lado. Me intrigó conocer su currículo. Tiene los ojos
negros como el ónix, viste blusa de seda y su piel es acanelada. No es alta ni
bajita, tiene la estatura de la modelo Naomi Campbell y habla modulando la voz,
como saboreando las palabras. Posee un cuerpo que para cualquier ojo masculino,
que es por donde le entran las mujeres a los hombres, obtendría una
calificación sobresaliente. Cabellos al hombro y estatura normal de latina. De
piernas largas como una holandesa, viste jean y habla produciendo un chasquido
con los dedos de su mano derecha. Su boca puede parecer la de Angelina Jolie.
Hace parte de esa secta de mujeres atractivas, que un hombre no puede ignorar.
Si no fuera por la arrogancia que se le sale por los poros, diríamos que es una
maravillosa mujer de cinco aclamado. Tropecé con ella en la fila para subir al
avión. Pisé su pie al tratar de ayudar a un joven discapacitado y reaccionó. Se
salió de casillas, se ofendió.
—Lo siento, dije, ofreciendo mis
disculpas. Pero en lugar de aceptarlas, me respondió despóticamente y de malas
maneras y para colmo de mi infortunio al abordar el avión, se sentó a mi lado.
Le dieron el puesto inmediato al mío. Se acomodó fanfarronamente a mi
derecha.
Avanzado el vuelo y no pudiendo dejar las
cosas así con esta mujer guapa, sabiendo que la tendría de compañera durante
ocho horas, opté por invitarla a una copa de vino para derrumbar la muralla con
la que había comenzado nuestro encuentro.
—Prefiero vodka tonic respondió. Surtió
efecto pensé. En minutos bajó el tono y su actitud fue más cordial. Yo me quedé
con el whisky.
Al momento de habernos tomado tres tragos
la conversación fue más sorprendente. Comencé a conocerla. No cesó de
hablar pestes y barbaridades del marido. Me confesó herida, que tras los
avatares de un accidente de tránsito esta mañana, en el Dolphin Express Way de
Miami, descubrió que su esposo tenía una amante.
Era de noche, creo que pasadas las doce.
Viajábamos rumbo a Europa en un avión Boeing 747, que se remontó
majestuosamente por los aires sobre el Océano Atlántico. Del techo se
infiltraron dos columnas tenues de luz para ser cómplices de nuestra charla
mientras la mayoría de los viajeros dormían apaciblemente. Al fondo de la
aeronave una pareja veía una película. Mientras adelante un rabino leía de pie
la Torah junto a dos jóvenes que parecían ser sus hijos. Yo estaba entretenido
con mi vaso de whisky. Del pecho me salió una descarga de euforia en forma de
mariposas que revolotearon por todo mi cuerpo. La mujer rozó su pierna con la
mía y tal fue el choque eléctrico que activó las membranas de placer en mi
cerebro. Se despertó el seductor…”.
***
Del cuento de José Díaz- Díaz
Los Tres
“Algunas veces, David
razona acerca de lo que le sucede con sus dos mujeres como esa tarde de lunes
sentado en solitario al lado de la mesa de la piscina después de darse un refrescante baño. Ama ese
espacio abierto al cielo y también íntimo recinto donde algunas noches medita
sobre la velocidad con que la vida abraza la vejez, mientras sus ojos se
extasían viendo a la luna temblar sobre la piel del agua. En la casa no se
encuentra más que él puesto que Carline está
cumpliendo su turno en la óptica y Melody ha ido al College de Miami Dade para
preguntar sobre los programas de Matemáticas y física que es lo que le interesa estudiar.
« ¿Mis dos mujeres? No». Se contradice y
aclara, porque ellas no pertenecen a nadie. Son espíritus libres como ya
quisiera serlo yo. Me siento bien, y afortunadamente no encuentro tribulación
alguna en mis emociones. ¿Tiene algo de malo
que goce hasta la médula en una contemplación que me lleva al delirio
con el solo hecho de seguir con las pupilas de mis asombrados ojos la línea del
cuerpo de mi divina Melody? ¿Que me extasíe en su olor felino cuando el sueño
comienza a poseerla? ¿Que arda en fogosa llama cuando atado a ella por el calor
de su mano, la concupiscencia del deseo me eleve y transporte a estados
ardorosos de éxtasis que jamás de otra manera podría obtener? ¿Debería por una
veleidad moral negarme a experimentar estos sagrados momentos de arrobamiento
que me conectan— frente a su indolente abandono—con la raíz de la felicidad y
con el sumo placer de los sentidos abocados a enaltecer la dicha de existir? La
respuesta es ¡NO! El heroísmo emana de la debilidad y yo, ciertamente, me
arrodillo ante la arrogancia sublime de la belleza. Pero bueno, basta ya de
sutilezas éticas y pensamientos de esteta decadente. Gracias debo dar al cielo por obsequiarme con
estas experiencias inofensivas que me salvan de la rutina y me regalan con inflamados momentos de pasión.
David se sacude la cabeza,
se levanta, cruza las manos sobre su nuca y gira el rostro unas cuantas veces a
derecha e izquierda. Luego se dirige a su biblioteca ubicada al lado de los
sofás de color sepia, se sienta y retoma la lectura de La casa de las bellas durmientes
del escritor japonés Yasunari Kawabata. Un tenue sonido de música de piano
proveniente del equipo Panasonic le ayuda a deslizarse en un placentero
ambiente de relajamiento total y de inmersión en la historia que lee. En su
febril fantasía se transforma en Yoshio
Eguchi, el anciano protagonista de la obra de Kawabata. Encarnado en el
personaje se ve en la posada de las durmientes acostado en el lecho de la
habitación (asignada exclusivamente para él por la enigmática mujer que dirige
el ceremonial erótico) con una
adolescente virgen narcotizada totalmente a la cual solamente le es permitido
contemplar. Solo le es concedido “beber la juventud de la muchacha dormida” y
él como hombre de palabra respeta la norma. Se encuentra embebido en la lectura
del libro en el cual se hace además una profunda reflexión sobre el estrago del
tiempo en el alma de los hombres. Permanece sumido en ese mundo onírico por
largo rato en donde el derroche de juventud y vitalidad que brota natural de la
piel de la joven dormida, contrasta y abofetea la fealdad insalvable de su
vejez cercana a la muerte; y en donde el esplendor y la lozanía de la criatura
dormida hace más visible la patética postración de su decrepitud inminente.
Evoca con placidez teñida de nostalgia aquellos innumerables momentos de ímpetu
desbordado e infinito goce erótico que
encienden y materializan recuerdos de encuentros amorosos de liviandad juvenil
y licenciosa adultez.
En algún momento, el ring- ring de una llamada
telefónica equivocada lo saca de esa realidad cenagosa y elusiva y lo devuelve
a la realidad del presente…”.
2 comentarios:
Aymara Jares
Agradecida con Dios! Indudablemente su tiempo no tiene nada que ver con el mio.....pero es preciso!
A mis compañeros de antología: Jose Diaz Diaz, Oscar Montoto Mayor, Maria Gabriela Madrid y Enrique Córdoba, gracias por la oportunidad de compartir con ustedes esta experiencia!
Maria Gabriela Madrid
15 h ·
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