Humor con
aroma de mujer
José Díaz- Díaz
Análisis del cuento: Ese día inolvidable*, de María Gabriela
Madrid
Sinopsis
Un joven recién
graduado en Turismo, quien acaba de culminar una pasantía en el Hotel Waldorf-Astoria
de Nueva York, con anillo en mano se dispone a viajar en avión a la ciudad
donde vive su novia para pedirla en matrimonio. Las señales fatales de que «el
destino» se estaba oponiendo a esa determinación comienzan a aparecer y no
cesan hasta el final, cuando en efecto, Francisco, al llegar a la casa de su amada Antonia, la encuentra
refocilándose con un amante. El clímax del final de la historia es inesperada e
insólita.
Técnicas, Tono, tema,
trama, desenlace y, todo lo demás…
Un erotismo
desapasionado carente de morbo alguno, al mejor estilo del humor inteligente de
Woody Allen, es lo que encontramos en esta elaborada pieza narrativa de María
Gabriela Madrid. La estructura semántica obedece a leyes de la «Numerología» la
cual le imprime un rasgo de hermetismo fantástico. Algo así como la magia del
universo matemático que influye en la vida de los personajes y de sus
interrelaciones para mantenernos en una dramática tensión en donde todo es
imprevisible.
Los números y su carga simbólica
subyacen en el mismo ritmo y desenlace del argumento como señales ciertas que
inducen hacia una expectación cada vez más profunda y vertical. Augurios que
mantienen al lector en ascuas. El tres (el trío amoroso, las tres ráfagas de
viento…) es el número clave; el treinta y tres, el puente para acceder al
sesenta y seis; final inesperado, hilarante y sobrecogedor.
El Tono que le imprime
María Gabriela al discurso, desde su voz omnisciente, es preciso y firme,
contundente y seguro. Maneja la conciencia de su personaje central desde
adentro con tino y absoluta seguridad. No hay lugar para diálogos directos. Cuenta la historia desde un tiempo lineal combinando
lapsos narrativos de presente continuo, futuro y flashback, logrando un trepidante ritmo que los lectores avezados—
gourmets literarios— sabrán saborear. Esa manera de narrar femenina y sensual a
la vez que despojada de toda lujuria o lascivia, la hace dueña de un estilo
propio que la llevará muy lejos en el reconocimiento de su alto nivel
literario. Su forma de acceder al lenguaje me recuerda a la austriaca Elfriede
Jelinek quien con sus novelas tales como La
pianista, Obsesión y Deseo, entre otras, exaltó el modo de
«narrar femenino» a un lugar de privilegio y respeto.
La utilización de la
técnica de la Intertextualidad se acomoda de manera natural con el tema y con
el argumento: el libro del Kamasutra
es un ícono de la cultura oriental y occidental, reconocido en el imaginario
universal, que en la trama de Ese día
inolvidable define el absurdo albur de sus protagonistas.
En cuanto al
protagonista de la historia, Francisco, deviene en la pluma de la narradora:
limpio, transparente, cercano y humano, sobre todo muy humano. En cuanto
lectores, nos creemos el cuento de su existencia y sufrimos y hasta gozamos sus
disparatadas decisiones. Antonia, la antagonista, y los demás personajes secundarios
devienen desdibujados a propósito para así elevar al actor principal quien con
su asombrosa determinación cambia sus fundamentos morales, abandona el camino
de la vulgar venganza y trastoca el dolor del engaño en goce apasionado y
estético. La imagen de: “(…) él sería el queso entre esas rebanadas de pan”,
refiriéndose al trio de amantes, a mi modo de ver constituye la imagen visual
donde descansa el símbolo grandioso del acierto ético (convertir el dolor en
placer) y estético (humorismo hilarante) de esta pieza tan bien lograda.
Es
obligante decir algo sobre la escenografía que recrea y le sirve de telón a la
historia, principalmente el salón principal de la casa de Antonia, donde el
«voyerista» Francisco sufre sus aflicciones más trascendentales entre ráfagas
de viento, jarrones chinos, palmeras, y la frenética danza de las hojas del
libro del Kamasutra… El espacio en
esta ficción narrativa no surge como un
elemento aislado, sino ligado estrechamente al acontecer, el tiempo y los
personajes. Existen relatos en los cuales el espacio adquiere vida y se
relaciona en forma intensa con los sentimientos y acciones de los personajes y
este es uno de ellos; influye y condiciona en su forma de ser y actuar pues se
produce una identificación entre el estado anímico del personaje y el espacio
en que trascurre la acción.
Ese
es el temple de María Gabriela Madrid, una narradora que tiene aún mucho que
contarnos.
Ahora,
sin más dilación, vamos al cuento:
Ese día inolvidable
Sábado, trece de abril, diez de la mañana. Francisco,
apurado, busca cerrar las maletas. A punto de viajar, no quiere arriesgarse a que
le roben sus pertenencias, o lo que es peor, a que lo incriminen con algún paquete ilícito. Alterado, levanta los
cojines, tira la ropa al suelo en busca de los candados. Apenas los consigue,
corre al baño y mira su reflejo en el espejo. Quince minutos peinándose para
arreglar su pelo simulando el aspecto de los años treinta pero tan de moda en
el siglo XXI: pelo engominado, brilloso, manteniendo alejado a quien pretenda
tocarlo.
Al escuchar la bocina del taxi, carga las maletas e
impaciente espera por el ascensor que demora en llegar. Una vez en el carro,
pide al taxista que aumente la velocidad hasta que llegan al aeropuerto. El
vuelo está retrasado. Debe esperar una hora antes de abordar el avión. El
propósito del viaje es visitar a su novia, después de seis meses de separación.
El anillo de compromiso, un brillante comprado con su salario abulta el bolsillo lateral de la
chaqueta. Francisco acaba de terminar la maestría en turismo. La pasantía en el
Waldorf-Astoria fue fructífera, conoció el funcionamiento del hotel. Participó
en todos los departamentos, gustándole menos el de la lavandería, donde cambió
sábanas del piso doce por tres semanas consecutivas. Ahora cree estar listo
para tener su propio hotel. Será pequeño, un “Bed and Breakfast” fácil de
manejar. Con Antonia hablará al respecto pues tienen que buscar el local.
El avión despegó. El vuelo, hasta el momento
tranquilo, comenzó a sacudirse. Turbulencias constantes y una sensación de
vacío provocó su vómito. Agradecido con la vida y con el piloto por haber
logrado aterrizar, se encontró con el infortunio de que sus maletas fueron
acuchilladas. Maletas nuevas, costosas, de tela fina ahora rasgadas por manos
delictivas que robaron los trajes, suéteres, corbatines y zapatos italianos de
charol. Tras llenar la planilla de reclamo solo queda que algún día lo llamen
para recibir dinero a cambio.
El carro que recibió en el aeropuerto no era el que
había reservado. El chofer supuesto a entregarlo lo acababa de chocar. Ahora
conduce un fiat color marfil. El trayecto a la casa de Antonia lo hará a la
brevedad posible, desea verla, tenerla, acariciarla, besarla y sin más premura
con el anillo que con tanto esfuerzo compró, pedirle el “sí” que los
comprometería a estar juntos por el resto de la vida. En la curva de la
carretera, a nivel de la interestatal 70, estalló una llanta. Con el rostro
impávido cambió la llanta sin poder creer todo lo que había sucedido, y
ajustando el último tornillo, ráfagas de viento y gotas de lluvia ennegrecieron
el cielo desatándose una tempestad que lo empapó mientras recogía las
herramientas. Todo lo acontecido desde que voló de Nueva York parecían señales
del universo para que interrumpiera los planes, pero Francisco, de pensamiento
práctico, no cree en nada que no pueda comprobar. Sabe que Antonia debe estar
en casa pues ya debe haber regresado del colegio. Antonia está pronta a
graduarse y la sorpresa de pedir su mano será un gran acontecimiento. Solo
espera llegar antes que los padres de Antonia regresen del trabajo. Quizás puedan
tener la casa por unas horas a su disposición.
Para sorprender a Antonia anticipando el momento saca
del bolsillo lateral de la chaqueta el anillo de compromiso y lo sujeta con su
mano izquierda y decide dar la vuelta por el jardín de atrás y entrar a la casa por la puerta corrediza del salón
principal. Grandes floreros chinos con palmeras decoran las mesas laterales y
sobre la mesa central dos cuerpos desnudos se agitan entre besos y mordiscos,
amándose con gran pasión. Aterrado, Francisco por la luz tenue no entiende lo
que ve. Está en shock y mudo no puede
gesticular palabra. Solo siente el temblor incontrolable de sus piernas tan
distinto al movimiento rítmico, coordinado de aquellos cuerpos desnudos que
sigue viendo con asombro. Tieso presencia varias formas de hacer el amor. Del
sexo casual que Antonia practica y
practica buscando la perfección. El libro de Kamasutra sobre la alfombra
abierto en la página 10 mostraba apenas una de las tantas 100 posiciones
que Antonia y su amante de turno buscan
explorar con ímpetu.
De pronto otra
ráfaga de viento entra al salón refrescando a los presentes al igual que
agitando las páginas hasta detenerse en la página 33 que muestra un dibujo de
seres amándose. Francisco, rígido y sudando frío mira el dibujo con
detenimiento y siente como su cuerpo comienza a calentarse. Con soltura sacude
sus brazos y piernas y recuerda todos los impedimentos que tuvo para llegar
ahí, y decide dar media vuelta y en completo silencio salir de la casa sin ser
visto. Emprender el viaje en carretera al aeropuerto para viajar de regreso a
Nueva York y seguir su vida como estaba antes planeada. Todo con la intención
de no violentar los mensajes del universo que prevenía se reuniera con Antonia.
Pero había algo que no cuadraba. ¿Por qué entonces las ráfagas de viento? No
serían esas señales del universo
mostrando que todos los impedimentos eran para que se demorara su llegada y
pudiera verlos a los dos en pleno apogeo. Su cerebro ardía ante tal revelación
mientras rascaba su cuello por la
carraspera de su garganta y pensaba que quizás lo mejor era preparar sus
pulmones para gritar con la fuerza de un huracán, de un tornado dispuesto a
acabar con todo. La furia de un hombre asqueado por la traición. La rabia
sufrida por el engaño de Antonia lo llevaría a patear el jarrón chino que hasta
el momento lo protegía y abalanzaría su cuerpo hacia ellos quienes sorprendidos
buscarían evitar ser agredidos. Quizás sería la reacción más común pero mirando
de nuevo fijamente el dibujo de la página 33 sintió un cosquilleo en su miembro
inferior. Aquel miembro adormecido por los
seis meses de separación que lentamente despertó y excitado por estar Francisco viendo a Antonia y a su amante desnudos en pleno
apogeo quienes de forma rítmica agitan sus cuerpos, compartiendo risas, besos y
lamidos. Ambos recostados de lado hacen que Francisco visualice su lugar. El
sería el queso entre esas rebanadas de pan. La imagen del Sandwich abre más su apetito. Aun viendo sin ser visto detalla con deleite centímetro a centímetro
el cuerpo atlético del amante de Antonia, el contorno de sus brazos, de sus
piernas y sintiendo un hormigueo en su
mano deja caer el anillo de compromiso que sujetó con tanta ilusión. Se quita
los tenis, desata la correa que sujeta
su pantalón, y se quita la franela quedando completamente desnudo y alborotado dejando atrás al jarrón chino, a
la palmera que lo resguardaba y sin palabras le guiñé el ojo al amante de
Antonia quien sorprendida busca levantarse pero Francisco suavemente le pide
que sean un trío como el dibujo 33.
Antonia y su amante aceptan y Francisco entre las dos rebanadas de pan
se siente acogido y de lado a lado besa y lame la piel de ambos saboreando el
sudor y sintiendo el ardor de los que lo acompañan. Todos ignorantes de la
llegada de los padres de Antonia quienes atónitos miran al trío y al libro de Kamasutra que por otra ráfaga de viento
agita las páginas y las detiene en la
número 66…
*El cuento hace parte de la Antología bilingüe: Un escorzo tropical- A tropical
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colección); en blanco y negro y en e-book.