La poesía: un amuleto que nos salva de la mediocridad
José Díaz-Díaz
La Poesía es
definitivamente algo que ha determinado por mucho tiempo la historia del
devenir humano. Lo deduzco cuando los entendidos hablan de ella y afirman que
el hecho poético es anterior al lenguaje, que nace con el habla misma, es
decir, que su presencia es aún anterior a la escritura.
Lo concluyo
cuando acepto que es hermana gemela de
la fantasía, y actúa como la imagen en el espejo presta a reconocernos. Dicen
que nació en la época de la infancia de la humanidad donde el deslumbramiento y
el asombro eran sentimientos a flor de piel. También la acepto como substancia
constitutiva del arte cuando escucho decir que detrás de cada creación artística
verdadera, hay una actitud poética subyacente que la hace brillar como tal.
Pero ese
engolosinamiento con la ingenuidad de la belleza en todas sus formas pareciera
que se ha degradado en este tiempo de Postmodernidad. De hecho lo que vemos por
todos lados es una actitud proclive a
alejarse de todo lo que huela a una sana recreación metafórica (poética); a
alejarse de esa riqueza existencial que pretenda rechazar el consumismo y la
banalidad, a alejarse de lo elemental y lo lúdico. Es evidente, que estamos
atravesando una alienante actitud anti-poética, un empobrecimiento real de la
existencia, en términos de vida, no de posesión de cosas. Una deleznable
postración del hombre ante vacuos valores como el éxito y el regodeo lujurioso
con el poder.
Sin embargo,
la poesía continúa ahora cumpliendo una función de Rescate. El lenguaje
entendido como ejercicio de libertad y no de aniquilamiento, es tomado por los
poetas (los hay, a pesar de todo y contra todo) como ventana que sirve para
respirar más allá de los linderos de los seudo-valores impuestos. El ejercicio
del lenguaje poético, con sus conexiones fantásticas, con sus tropos y vías
alternas de imaginación, con sus símbolos que irrumpen espacios insospechados
de nuevas realidades, con sus comparaciones que violentan el espíritu hacia una
estética de la conmoción y del deslumbramiento; irrumpen mágicas y verdaderas
tras el rescate evidente de los innegociables valores del ser humano,
polisémico en su sentir, enajenable en su infinito poder creativo. El real signo
del hombre se expresa íntegro por el don de la poesía, a la cual todos
deberíamos tener acceso. Atrevernos a vivir en plenitud consistiría en
atrevernos a vivir en verso la miseria de nuestra propia época.
Tenemos la
certidumbre de que mientras exista el hombre existirá la Poesía, y la pregunta
obligada es entonces: ¿qué clase de hombre habita hoy nuestro tiempo y que
clase de poesía expresaría su real imagen? El tiempo por el que transcurren
nuestros pasos no es el del Valor sino el del Precio. En consecuencia, si la
poesía no tiene precio, no vale. Y si no es mercancía comercializable, ¿para
qué perder el tiempo en escribirla o en leerla? Lo cual quiere decir que los
poetas están solos, pero que también el hombre en general en su intimidad siente
la sensación de estar vacío, triste y
solo.
De otra
parte, la masificación de la sociedad ha acabado con la exaltación de lo
individual (la unicidad) que en definitiva es la llama de la poesía. Pero como
las expectativas del individuo mueren en los límites de la economía de mercado,
desaparecen las posibilidades de soñar, desaparece el futuro como utopía, como
posibilidad de ser distintos, como posibilidad de hacer historia, ya que la
historia ha muerto en los linderos de las cosas que el mercado ofrece.
Por esto, la
poesía actual debe ser transgresora del gusto de lo bonito e insubstancial, y
rechazar el papel que la envilece y degrada haciéndole el juego a la
romanticonería, al ramillete rocambolesco, al adorno, a la retórica y a la
decoración descriptiva. Va más bien tras la huella, tras el vacío, persiguiendo
esa vacuidad de conciencia y esa trampa absurda en que el tiempo de hoy
pretende enredar la justa trascendencia del hombre común enlodado en el pantano
del consumismo y la banalidad.
A esta hora de nuestro tiempo, el poema asume con dolor su
condición de ser para la muerte. Entonces, nuestra poesía no puede ser otra que
aquella que atrapa el desperdicio de la vida; es instante y es vértigo; es
rasgadura vital que intenta hacer canción con las boronas que la plusvalía
espiritual dejó de esa empobrecida totalidad del hombre pleno saqueada por la
colonización de las ideologías y del fanatismo.
Pero no todo
es pesimismo, mientras el hombre exista, existirá la poesía y esta seguirá siendo
la huella o la llaga que no solo muestra el pantano en el que estamos enlodados
sino que es la ventana por donde respira la hermosa esencia real (aunque mancillada)
de nuestro fugaz paso por la vida.
2 comentarios:
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José, un verdadero gusto encontrar tus excelentes artículos. Ya lo había leído en Suburbano y en La caverna, pero, nunca sobran unas cuántas veces más.
Subrayo:
"Por esto, la poesía actual debe ser transgresora del gusto de lo bonito e insubstancial, y rechazar el papel que la envilece y degrada haciéndole el juego a la romanticonería, al ramillete rocambolesco, al adorno, a la retórica y a la decoración descriptiva. Va más bien tras la huella, tras el vacío, persiguiendo esa vacuidad de conciencia y esa trampa absurda en que el tiempo de hoy pretende enredar la justa trascendencia del hombre común enlodado en el pantano del consumismo y la banalidad."
Vaya un abrazo, Ana Lucía!
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