Anecdotario
fantástico de un personaje insólito
Por José
Díaz- Díaz
Comparto con
los lectores apartes del capítulo séptimo del libro: Chenco, el pintor, en donde se nos revela— en la propia voz del
biografiado—un retrato de su característico sentido del humor con que se acerca
a la realidad cotidiana. Humanizando al artista se humaniza el arte. Exponer el
«día a día» del hombre no es otra cosa que exteriorizar la urdimbre que explica
su creación.
El pintor Chenco Gómez con los escritores colombianos: Luis Miranda; José Díaz Díaz; Juan Pablo Salas;Martha Daza; Eduardo Marceles; Jaime Cabrera; Rafael Vega y Freda Mosquera.
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ANECDOTARIO FANTÁSTICO DE UN PERSONAJE
INSÓLITO
ecenas
de anécdotas rodean la vida cotidiana de nuestro biografiado. Hilarantes a cual
más, nos describen con fidelidad testimonial el personaje
sui géneris que
nos ocupa. Contestatarias e
iconoclastas la mayoría, nos
revelan el temperamento afinado para encontrar el humor negro, corrosivo y el
drama de cualquier evento en apariencia intrascendente. Su campo preferido y
propicio para las bromas está alimentado por su deslumbramiento de lo macabro y
lo escatológico. De este modo las escenas alrededor de temas como la muerte, la
necrofilia y el más allá; los demonios, las calaveras los fantasmas y demás
elementos que alimentan ese miedo cerval hacia lo desconocido, como también los
rituales obscenos y temores infundados pero presentes en el inconsciente colectivo de sus semejantes,
constituyen el abono para desarrollar uno
de sus pasatiempos predilectos. Fustiga con sus bromas y tomaduras de pelo a las mentes opacas y pacatas
que tragan entero toda cuanta ideología política o religiosa siembra en sus
cerebros vacíos. Entiende que la estupidez es una de las grandes fuerzas que
mueven la historia. Abundan las anécdotas delirantes en cantidad que se
necesitó un libro completo para recoger muchas de ellas.
Pintando desde los instintos
“Aprendí a
pintar de manera instintiva después de la experiencia con los internos del
psiquiátrico del Hospital Santa Clara en Cartagena.
Mi amigo el médico Francisco Haydar Ordage y director del Departamento de Psiquiatría de la Facultad
de Medicina de la Universidad
de Cartagena, me invito para conocer de cerca el ambiente del asilo. Se me
ocurrió darles papel y lápiz para que ellos pintaran lo que se les ocurriera y
fue muy sorprendente el resultado. De manera totalmente instintiva los “locos”
realizaban sus dibujos. Allí tuve la revelación de que la pintura en estado PURO debía salir sin
preconceptos y academicismos, y solo prestar como un espejo las
interioridades del alma tal como lo
hacían los pacientes del Psiquiátrico. Ese es uno de los rasgos de mi estilo”.
La actividad artística para mí no es un substituto ni una escapatoria sino una
manera de hacer frente a los problemas de la vida.
Cocinando calaveras…
Siendo
estudiante de Derecho y asistiendo a mis clases de Medicina Legal en el
anfiteatro del hospital Santa Clara, Calixto el celador, me regala la cabeza de
un cadáver, a mí siempre me ha impresionado la muerte. Con ése cráneo llego a
mi casa en Castillogrande, entro a la cocina y agarro una olla grande, lo pongo
en agua a hervir para desinfectarlo y
que se desprendieran pedazos de carne y cabello que aún tenía, salgo de
la cocina y al rato oigo a Patricia que me llama gritando desde arriba ya que estaba acostada
con síntomas de pérdida del segundo embarazo. Yo subo corriendo asustado
pensando que le había ocurrido algo y ella me dice: “Qué locura estás haciendo
ahora?”, yo le contesté muy inocente “nada”. Ella dice: ¿Cómo que nada? La
cocinera acaba de subir para que le pague su salario porque se va
inmediatamente, ya que tú estás cocinado la cabeza de un cristiano y ella no
come de eso”. Por más que le explicamos a la cocinera y le rogamos por el
estado de Patricia, se fue. El cráneo quedo limpio y yo lo conservé por mucho tiempo. Nos mudamos entonces al barrio de Manga en la Cuarta Avenida en un
apartamento en el segundo piso que tenían Tirso López y Avelina Morales en la
parte de atrás de su casa, parientes estos del poeta Luis Carlos López y Darío
Morales. Nuestra vecina de la casa de al lado Doña Blanca Baloco de Peláez, nos
vendía el almuerzo y la comida que nos enviaba a nuestro apartamento. Yo seguía estudiando mi carrera de Derecho, Patricia atendía a nuestra
hija Ana Susana y una madrugada yo estudiando, oí un ruido en el patio vecino
de Doña Blanca, me asomé por el balcón de atrás y vi a la muchacha del servicio
que se bajaba los calzones para orinar, se me ocurrió instantáneamente coger el
cráneo, me puse una sábana encima sobre la cabeza y con la carabela enfrente
mío me asomé por el balcón de atrás y dije con voz de ultratumba “boooo”, la
sirvienta alzó la vista por donde oyó la voz y cuando vio lo que para ella
debió ser un fantasma, se levantó rápidamente y con los calzones todavía por
los tobillos corrió hacia el otro lado del patio que daba hacia mi balcón de
enfrente, me volví a asomar y vi que pretendía continuar orinando, le dije
“boooo” otra vez y así corrió
despavorida, se zafó los calzones y los dejo tirado en el patio y se fue para
siempre. Al día siguiente y antes de la hora del almuerzo Doña Blanca nos dijo
que no podía enviarnos la comida porque su cocinera se había desaparecido sin
dejar rastro y lo más raro, nos explicó que no se llevó su ropa y dejo un
calzón tirado en el patio. Yo callado. Patricia en ese momento todavía no se
había enterado de lo que yo hice. Solo ahora después
de casi 50 años se sabrá este episodio. Pero la cosa no termina allí. Años más tarde siendo yo ya un
profesional, regresamos a vivir a Castillogrande en
el penthouse del Edificio
Alario, propiedad del doctor Mario Alario DiFilippo. Con el tiempo y por tanto
haber limpiado el cráneo, comenzó a soltar polvo y decidimos deshacernos de él. Un domingo salimos a pasear con los niños a darle unas vuelta en el
carro y como yo tenía el cráneo ya envuelto me lo llevé y al pasar por la
orilla de la bahía del Laguito colindante con el Hospital de Bocagrande,
precisamente frente a la casa de mi amigo Senén González Vélez, arrojé el cráneo al agua y seguimos
nuestro paseo hasta el Club Naval. Al rato, nos regresamos por la misma vía y a la altura de donde dejamos
el cráneo, vimos una multitud de personas y hasta varias radio- patrullas de la
policía. Yo curioso como siempre, me orillé al lado de la calle, me bajé para
ver qué pasaba. Resulta que el oleaje de El Laguito había traído a la playa el
cráneo y oí que la gente opinaba, que al pobre hombre seguramente se lo había
comido un tiburón, otras personas decían ese era alguien que se murió en el
hospital y lo tiraron al mar”. Yo miré y vi que era el cráneo que yo había
tirado y estaba bandeándose al ritmo de la las olas de un lado para otro en la
playa, yo no dije nada y me devolví al carro, nos fuimos y llegamos a nuestra
casa.
Una pariente celestina…
Una noche
en una de mis parrandas, todavía yo soltero, llego al barrio de Tesca en
Cartagena a un prostíbulo. Al llegar noté que todas la mujeres eran muy atentas
conmigo y en especial la “madam” de la casa.
Sigo allí y al entrar a un cuarto me encuentro con una fotografía
gigantesca de mi papá en una especie de altar con santos y velas. Te cuento José que se me cayó todo, todo. José tu sabes que el pene responde
al sistema nervioso simpático que no está siempre bajo control consciente de allí que muchas veces no
ocurra de manera voluntaria o deseada y sorprendido exigí una explicación.
Llega la “madam” y me dijo que esa fotografía era de su papá y que ella era mi
hermana, que todos mis hermanos la conocían y frecuentaban la casa. A partir de
ese día yo tuve el mejor servicio
gratuito. El caso es que mi papá antes de casarse tuvo también
nueve hijos con distintas mujeres de distintas razas y llegué a conocer a
algunos de ellos. Es más me los presentó mi papá. Mi papá más que un padre fue mi amigo y confidente.
El bastón de Rojas Pinilla…
Mi cuñado
Jorge Castellanos Julbe, fue el edecán naval del dictador General Gustavo Rojas
Pinilla y al finalizar la dictadura heredó no sé cómo, ni por qué entre otras
cosas un bastón de mando del mismo, que desafortunadamente para él y para la
historia de Colombia, cayó en mis manos. Ese batón era una pieza de de madera y
oro bellísima y yo un muchacho joven parrandero y gran bebedor de cerveza
decidí despedazarlo y venderlo como oro pesado a un antioqueño que tenía una
casa de empeño/joyería en la Calle Larga en Cartagena. Me pagó muy bien.
Lógicamente me bebí muchas cervezas durante mucho tiempo en compañía de mis
amigos, claro está, yo pagaba.
Orlando Vega Barco…
Siendo yo
el Intendente Fluvial y de Cabotaje, tenía asignado un vehículo y chofer a mi
servicio. Ese chofer se llamaba Orlando Vega Barco, un buen hombre y un gran
amigo. Un día, durante un viaje a Barran- quilla lo invité a almorzar a un buen
restaurante de churrascos. Ordené una botella de vino para los dos y lógicamente
dos churrascos. A la hora de pagar la cuenta, Orlando vio la factura y comento:
“Docto, veda que ustedes los blanco son raros, tanta plata por dos pedazos de
cane medio crua, que ni en plato nos la sirvieron si no en unos pedazos de
tabla y un ron desabrio”.
Esa noche dormimos en un hotel en el mismo cuarto, él se quejó que
parecía que estuviera durmiendo en una nube, que ese colchón era muy blandito.
Yo tomé un libro y comencé a leer como de costumbre al acostarme y le da otro
libro a Orlando, me lo devolvió y me dijo que era débil de vista. A la mañana
siguiente le dije que entrara a bañarse él primero, y así fue. Cuando estaba en
el baño yo oía que se quejaba uff,ufff, uff…
y al salir me dijo: “docto tenga cuidado al bañarse que aquí como que el agua
la jieben, está caliente.” En otra ocasión de regreso a Cartagena, yo para
mamar gallo le dije que recordaba haber hecho éste viaje hacia muchísimos años
en una carreta tirada por caballos y que los indios nos habían atacado, me
quedó mirando y me preguntó: “¿docto cuando fue eso?” y le dije entonces,
Orlando hace más de 300 años. El me interpeló, entonces ¿usté cuantos años
tiene? Yo le conteste, más de 500 y en seguida le agregué que para vivir muchos
años como yo, era necesario que repitiera conmigo la siguiente oración: “Sin
Dios, sin ley y adorando a Satanás, señor de las tiniebla…” instantáneamente
frenó el carro y me dijo docto no siga o me bajo y lo dejo aquí. Lógicamente yo
le hice caso y a partir de ese momento me miraba de una manera muy especial.Orlando siguió trabajando a mi servicio durante varios años y siempre
almorzaba en mi casa. Un día nos dijo a Patricia y a mí, que ya no iba a seguir
comiendo en la casa porque la comía que le preparaba su mujé Carmen no le
gustaba ya. También una vez me fui de viaje y le dejé el carro a Patricia y le
dije a Orlando: “Cuide la casa, a la
señora Patricia y a mis hijos.” Me cuenta Patricia que esa noche oyó un ruido
en la puerta de la calle. Se asoma por
el ojo de la puerta y ve a Orlando acurrucado en el piso durmiendo con un
machete en la mano. Ella abrió la puerta y le dijo: “¿Orlando usted qué hace
aquí y no está en su casa?” El respondió: “Niña Patricia, el docto me dijo que
los cuidara y yo de aquí no me puedo mové hasta que el docto venga.” José te cuento que yo también bauticé al hijo mayor de Orlando y lo
llamé Simón Orlando Vega Barco. Pasó el tiempo y un día me dice Orlando, “”Oiga
docto, como es que se llama Orlandito, ¿uste le puso el nombre suyo?” y desde
entonces lo llamó Simón Orlando.
Telegrama escondido de la abuela…
Vivíamos
en el barrio de El Cabrero en Cartagena y mis padres habían viajado a Montería
por enfermedad grave de mi abuela María Josefa de Lavalle Pineda.
Se muere mi abuela y mi papá nos envía
un marconigrama avisando su
deceso. Yo recibo
el Marconi, lo
leí y decidí
callarme la noticia ya que al otro día se realizaba el bailecito anual
en al Club Cartagena y yo no iba a dejar de asistir. Después del baile,
comuniqué la noticia a mis hermanos.
Siempre he hecho vida social en todos los medios, es decir a todos los niveles,
entre personas “aristócratas” y clase obrera. Mi papá fue socio honorario del
Club Cartagena y más tarde yo y todos mis hermanos también fuimos socios.
El abuelo y la tiza…
Mi abuelo
paterno el General Henrique Alfonso Gómez Pérez (15 de Septiembre de 1865 a 15
de Septiembre de 1963). Fue un General de División del Ejercito de la República
de Colombia, y militante del Partido Conservador. Participó en la Guerra de los
Mil Dias que fue una guerra civil de Colombia disputada entre el 17 de octubre
de 1899 y el 21 de noviembre de 1902. En principio entre el partido
Liberal y el gobierno del partido Nacional en cabeza del
presidente Manuel Antonio Sanclemente quien fue derrocado el 31 de julio de
1900 por José Manuel Marroquín, representante del partido conservador, en
alianza con el liberal Aquileo Parra. Ah, se me olvidaba, también el bisabuelo
de Patricia el General Francisco Burgos González-Rubio, participo junto con mi
abuelo en esa estúpida Guerra, que nos llevó a la pérdida del Canal de Panamá.
Por su mal carácter y criticón, mi abuelo, era temido en Montería y
cuentan las lenguas que cuando paseaba por las calles y se asomaba por las
ventanas de las casas por curiosidad donde se celebraban fiestas un vez lo veían
a él, la fiesta se acababa enseguida.
También él era propietario de varios bienes, fortuna que se perdió al
simular una venta a su hijo mayor mi tio, Miguel Gómez de Lavalle cuando
concluyó la guerra de los Mil Días. A la muerte de mi abuela, María Josefa de
Lavalle Pineda, mi abuelo reclama la devolución de sus bienes y mi tío se los
niega, allí arranca un pleito que duró cerca de 30 años y mi papá y yo, lo
ganamos en la Corte Suprema de Justicia y perdimos en las inspecciones de
policía en Montería. Uno de esos bienes de mi abuelo fue el teatro Rosy, que después le
cambió de nombre por el de teatro Montería. Cuando se inició la ampliación de
la calle donde se ubicaba el teatro, mi abuelo se opuso con revolver en mano y
sentado en la puerta del al teatro a que se mutilara la parte del teatro que sobresalía
a la calle y así se terminó, se respetó la propiedad y voluntad de mi abuelo.También recuerdo un episodio contado por mi abuelo en el que una señora
en Montería a la que él fue visitar a su nueva casa y la señora muy amablemente comenzó a mostrársela y él no
supo que le “insinuaba” la señora cuando le mostró el baño. Mi abuelo, como ya te habrás dado cuenta José, fue un hombre de carácter
muy fuerte y autoritario y además ultra conservador. Vivía en Montería y venía
a visitar a sus nietos a Cartagena y para imponernos su voluntad “como militar”
y enseñarnos a obedecer, mi abuelo nos pintaba a hermano Mariano Antoni (Toño)
y a mí que éramos los más chiquitos, una raya con tiza en el piso de la acera a
la salida de la casa en el Cabreo, que no debíamos cruzar sin su
consentimiento. Yo como siempre desobediente,
voluntarioso y rebelde (como
él), nunca esa imposición la respeté e
ignoré sus regaños.
Intervención
del gobierno a mi teléfono (lo que ahora llaman las chuzadas)…
Viviendo en Bogotá, Colombia en 1975 y siendo yo Director General del INTRA, (hoy Ministerio del Transporte) un día se me daña el teléfono
y cuando llegan a arreglarlo empleados de la telefónica, me preguntan que si alguna persona en la casa
trabaja para el gobierno, yo les digo “Si, yo”. Entonces
me dicen que el teléfono
ha sido intervenido desde la Presidencia de la República
y tienen que pedir permiso
para arreglarlo. Allí me di cuenta como el servicio de inteligencia, el DAS me vigilaban a
través de interceptaciones telefónicas y escuchaban todas las conversaciones.
Hoy pienso que tal vez eso se debió a que nunca cedí a las propuestas sucias que me hicieron
repetidas veces, y no fui como ellos que sí aprovecharon y siguen aprovechando
su “cuarto de hora”, tan común en Colombia. Mi carácter me lo impide y jamás he
sido deshonesto, allí me di cuenta de la corrupta clase política y de los
intereses mezquinos tristemente al frente del país, no pude hacer nada por
corregir lo que vi, no tenia y no tuve el poder para enmendar todo lo que encontré.
¿Habrá cambiado eso en Colombia? Entre otras cosas, por eso, José,
abandoné el país.
Chenco y las cervezas
Que tomé
muchas cervezas en mi juventud, si eso es cierto y lo reconozco. Ah sí, también
a la salida de la universidad después de mi última clase en la noche con mi
amigo el doctor Guillermo Gómez León, mi profesor de Derecho Penal nos íbamos a
la tienda de la esquina “La despensa” donde nos conocían muy bien,
la señora Inés Patrón de Bustamante, dueña
de la tienda y allí nos bebíamos
mas o menos treinta cervezas Águila cada uno,
por supuesto Patricia vivía furiosa conmigo y con Guillermo.
Aún me tomo una que otra cerveza, a ti te consta cuando nos reunimos en
mi casa y yo canto rancheras con nuestro amigo Edwin Mazza pero también es
cierto que jamás, jamás y bajo ninguna circunstancia he consumido drogas,
como si sé que es usual entre
muchos de mis amigos “de la alta sociedad”, que hablan tanto de moral,
buenas costumbres y principios.
Colegio Salesianos…
Yo,
estudiando derecho fui profesor del Colegio Salesiano San Pedro Claver en
Cartagena y dictaba clases de Doctrina Social de la Iglesia de primero a sexto
año de bachillerato. Me gané el respeto y simpatía de todos mis alumnos. Aún hoy muchos de
ellos me llaman y me agradecen todo los que les enseñé durante la época en que me trataron. Un buen día me llama el cura rector
del colegio y me pide la renuncia
porque los padres
de familia se quejaban
de mis enseñanzas “socialistas”, yo le respondí al cura que yo solo predicaba y
enseñaba lo que aparece en el Evangelio, la palabra y enseñanzas de Jesús.
Lucas 1, 51-53/Mateo, 24/25, 31-46/Marcos 1, 3. San Crisóstomo dijo: “No
compartir con los pobres los propios bienes es robarle y quitarles la vida. No
son nuestros los bienes que poseemos, son de
ellos”. Ahora que si él quería que me fuera que me pagara el resto del contrato
que tenía con ellos ya que yo tenía una hija y una esposa que mantener. Tampoco les gustó a los curas del colegio que los alumnos por
insinuación mía llamaran
a la Banda de Guerra,
Banda de Paz. Prefirieron
quedarse conmigo a indemnizarme y que continuara predicando mis ideas sociales.
Para sorpresa mía, designaron a otro cura para intentar corregir “mis errores”.
Caída…
Yo siempre
he sido un hombre saludable y me he cuidado mucho, a pesar de mis travesuras. Pero
desgraciadamente a mis 73 años el día 18 de Junio del 2015 me caí al tropezarme
en el parqueadero del complejo donde vivo y me fracturé la cabeza del fémur en
varias partes y la cadera. Al entrarme a la sala de operación para hacerme la cirugía,
le grite a Patricia antes que cerraran las puertas de la sala “Pío, pio!”, para
que no dijeran “se murió sin decir ni pío”. Desde ese día mi vida cambió para siempre. Nunca pensé que esto me iba a
pasar. He quedado cojo y me duele mucho la pierna derecha y la cadera. Continuo visitando al médico y
gracias a mi voluntad, deseo de vivir y
a la atención de Patricia, que yo sé le ha resentido su salud por este suceso. Estoy aún aquí y no
pienso dejarlos por ahora. Patricia, yo se que tu y nuestros
hijos has sufrido mucho con esto también. Recuerden que otra de mis canciones favoritas es “Que
bonita es ésta vida” de José Celedón y también
la de John Lennon “Imagen”. Ya han pasado casi dos años, mi ánimo sigue siendo el que tu conoces y a pesar de que tengo episodios
de mucho dolor, sigo pensando que la vida vale vivirse.

El libro de colección: Chenco, el pintor, biografía autorizada,
de José Díaz Díaz, se puede ordenar escribiendo al Gmail: joserdiazdiaz@gmail.com o, utilizando la cuenta: PayPal.Me/JoseRDiaz