La casa desbarnizada,
relatos de Jesús I. Callejas
José Díaz-
Díaz
Jesús I. Callejas
habita Miami desde hace muchos años. Aquí vino a despojarse del “American
dream”, que muchos ingenuos aún persiguen.
Es evidente
que para Callejas Miami no es la imagen de la ciudad que venden las compañías
turísticas. Y él prefiere más bien utilizar el recurso literario para mirar
crecer su dimensión ética personal y de relación con la ciudad, separándose de
ésta, renegando de ella y pisoteando cualquier desliz o coqueteo del pasado.
Amores y desamores con la ciudad que habita.
Hiperrealismo literario. Realidad desdibujada a partir de un lenguaje
hiperbólico y adjetivado. Analogías estiradas hasta el máximo de su significación.
Todo lo anterior puede afirmarse del texto narrativo que toma vida propia a
partir de la transcripción de sensaciones y sentimientos que desde su
conciencia, Callejas, el escritor, decide comunicar y expeler de su cuerpo y
mente adoloridas.
El relato: La Ciudad, que hace parte de su nueva novela: La Casa desbarnizada,
consolida el ropaje formal de un estilo que contiene el corpus inerme e impotente de una
conciencia desadaptada a un profundo
nivel existencial, urbano y rural, ético y social. Baudeleriano a más no poder, Callejas señala
los desatinos de esta civilización degenerada para acorralarla con su verbo
ofensivo, tomado de su propia naturaleza pudibunda.
El verbo
lujurioso e iconoclasta de Callejas, se toma o se deja, pero jamás se puede
olvidar.
LA CIUDAD
Despierto viscoso
en ácido. Estoy afuera… La ciudad me espera siempre; pero ¿siempre regreso?
Diseñada con infalible sabiduría neoclásica, favoreciendo global visión, o al
menos para hacerla impresionantemente asequible desde cualquier pelícano
angular sin irritantes entorpecimientos que remolcan ingentes urbes
admirativamente llamadas junglas de acero, es luminosa, no brillante.
París, por ejemplo, es de plata; Roma de oro.
Esta ciudad, ni una cosa ni la otra y apesta igual por mucho desodorante que se
rocíe en la vulva al levantarse la falda-acera. Soy parte suya más que visual:
llévola incrustada a trozos: en achacosas rodillas, en vencidos antebrazos, en
montón de órganos con pegajoso toque y desapego, en las enzimas de mí, por la
vil canalla, subestimado hermoso temperamento, aunque alerta, en los cometas de
mi esputo, en la pinga de estiramientos babeantes y en el flatulento culo
cuando suelto espantajos dignos de Geoffrey Chaucer y sus demonios armados con
vengativa lancería fecal.
La ciudad me
odia porque, a su pesar, soy parte de ella; porque me resisto a sus seducciones
de puta alejandrina tratando de arrancar pisadas a la alambrada mercernaria; me
odia porque la desprecio y ridiculizo sus pretensiones de cosmopolitismo. Nunca
le creí: desamor a primera vista. Soy grande, mimético, ubicuo y la ciudad
bestia pretende no saberlo. A través de innúmeros siglos las reservas minerales
y vegetales fueron devocionalmente codiciadas y gravosamente heridas en
asombrosas construcciones implantadas en Roma, Florencia, Madrid, Toledo,
Granada, París, Londres, Atenas, Berlín, Viena, Amsterdam, Estocolmo, Praga,
Moscú, Budapest, Tokio.
¿Qué puedo esperar del resentimiento sino la
repetición de su vejez? La ciudad me acecha; quiere hundirme en su cristalería
invisible, pero si me deja ir lo intentará despojándome de los mejores
ingredientes; ansía tanto verme partir derrotado en refulgencia de amaneceres
buenos, de límpida radiografía en el corazón y no colores baratos a lo
calendario meretriz. La ciudad, en su vastedad aérea, se extiende ya y desde en
colosales vías al océano, su última presea; la considerada inviable. Desde
ahora no sólo Mediterráneo y Caribe monopolizan voluptuosidad oscilante de
andróginas golosinas playeras.
La ciudad se refocila en veranos de húmeda
vaginalidad y falosas palmas que chiclean desde bahía hasta condominio,
haciendo creer a sus visitantes cargando camaritas de paludismo y poses
asquerosamente familiares que no otro finge ser actriz interpretando lo que
inobjetablemente es: la pelirroja idiota del momento. Maravillosa época
trastocasional: La bien pagada por mal actuada, devocional chupa vergas en
limusinas y se masajea el tetaje cuando quiere algo de su papi, no el
biológico, sino el pingoso. La grosera ciudad controla inviernos, los fustiga
entre paredones de líquido espejo, pero la indiscreción de baja clase, virus en
su cuerpo de vedette portuaria, la traiciona. Dice que le estorbo; lo emite en
susurros, lo ha gritado cuando la borrachera, la marihuana y la cocaína de las
implacables bacterias que la putrefactan durante años de multiplicidad
octagonal dejan fuera de control su carnoso culo al aire y es bugarroneada por
los que cargan a palas el billete, cuando el “mal gusto” de descuidar poder sobre
“apariencias” la hace vociferar que me aborrece porque soy un renegado. Sin
embargo me ha usado y usa, se ha servido de mis partes para ser ciudad, pero no
tengo deudas con su agenda de servicios.
Fui cómplice de sus desmanes, pero a la
fuerza; me esclavizó sin siquiera descifrar mi historial genético, no obstante,
algo decisivo le falló: no sentí placer, no sentí deleite alguno en planes de
vana complacencia. Le estorbé, la jodí sin pausa desde el occipucio orbital
hasta las raíces uñas y no supo dónde colocarme en el conglomerado fétido. No
hay tablero para mí que la conozco y lo sabe. La ciudad no es correctamente
percibida por fieles moradores, menos por turistas de chanclas, bloqueador
solar y bolsas con ropa de marca en rebaja. La ciudad es insulto vertical de
fango y mangle. En cierto libertino punto de confluencia arenosa y terruña es,
cuidando bien “las apariencias”, acosada en espirales acuáticos que renuevan
empujes estimulados por volcánicos rencores. El maremoto acecha. El agua
vestirá de sosegado olvido toda ciudad sobre las olas… y bajo ellas, ah, pero
ella, como toda puta sin tarifa vocacional, se resiste a declararse fango. Sus
brillosos músculos juveniles son en realidad, lo que la mayoría ignora por
elemental anomalía dimensional: el obsceno rictus de lo agónico.
Nota: El texto completo de la novela se puede leer gratis, online, entrando a: BookRix
Nota: El texto completo de la novela se puede leer gratis, online, entrando a: BookRix
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