Réquiem para
la novela filosófica
Por José
Díaz-Díaz, Director de la Fundación La Caverna
Al
parecer, la novela filosófica no goza de buena salud. El género novela en
general, pareciera estar agonizando.
Pero,
para poner en contexto el tema que me ocupa debo precisar que, es el hábito de
la lectura lo que está en crisis. El facilismo provocado por la imposición del
formato breve y corto—como manera de comunicar—impulsado por la Media y la
Internet, aunado a la desidia por conocer a profundidad sobre cualquier tema;
amén de la abulia de ejercitar el pensamiento crítico como método de
acercamiento a un fenómeno cualquiera, llevan al colectivo a colapsar en una pereza intelectual
generalizada en donde la atención solo da para fijarse en un párrafo de pocos
caracteres, en una imagen fotográfica, un meme o un video de corta duración.
La
falsa creencia de que: “una imagen vale por mil palabras”, continúa impulsando
el grueso de la plataforma publicitaria y de Medios hacia el culto de la imagen
visual y el Video (el siglo de la imagen), lo cual ha contribuido a acrecentar
la desidia creciente por parte del público, receptor abúlico y acrítico de
mensajes empaquetados listos para ser consumidos.
Ahora no se lee, simplemente se ve la imagen
visual y ya. El cerebro descansa en paz. En este sentido, el hecho histórico de
leer menos, o no leer, es uno de las consecuencias de una ideología global que
propugna por una pasividad acrítica del consumidor. Es el signo de la nueva
sociedad pobre de espíritu y de irrisoria curiosidad intelectual. Una
postración de indolencia ante el conocimiento profundo y por discernir sobre el
qué y el cómo de las cosas (motor de la Filosofía). Una torva población
influenciada verticalmente por «la era de la Postverdad», está dando al traste
con aquella sana curiosidad que engalanaba uno de los rasgos de nuestros
antepasados.
El
ejercicio de una lectura sopesada, juiciosa y activa, como lo demanda una
narrativa de género de novela filosófica, se ha convertido en cosa del pasado. Un libro de más de
trescientas páginas atemoriza al más animoso lector. Ya nadie quiere dejarse
llevar y perderse en la magia de un bosque de muchos árboles. Con atisbar unos
cuantos arbustos le es suficiente. Así que el tiempo del diletantismo
intelectual y la digresión inteligente (propios de la novela filosófica) ya no
tienen cabida.
¿Quién
lee al chileno Roberto Bolaño en su novela inconclusa de mil cien páginas
llamada 2666? ¿Quién se atreve a
leer: La broma infinita del
estadounidense David Foster Wallace de novecientas páginas, o yendo más atrás,
quien se le mide a: El hombre sin
atributos (también novela inconclusa) del austriaco Robert Musil, de
setecientas paginas? O a El Ulises
del irlandés James Joyce o a: En busca del tiempo perdido del francés Marcel
Proust? Y ni mencionar a El Quijote.
Sin
embargo, para no convertirme en un «profeta del desastre», y de estar
alimentando teorías conspirativas, debo admitir que un subgénero literario como
lo es el Cuento, parece haber encontrado un nicho histórico para tomar fuerza y
desarrollarse como un genuino formato donde los pocos lectores que aún quedan
pueden abrevar y nutrirse de una buena
metáfora narrativa. Y no es que el Cuento no haya coexistido con la Novela
desde siglos atrás, es más, es anterior al mismo relato novelado, sino que
ahora, es valorado como un género mayor con posibilidades estéticas tan válidas
como la novela. Cortázar tiene ensayos valiosos sobre esta relación entre
cuento-novela y Borges nunca quiso escribir novela para gratificarse en esa
cualidad eximia del cuento como lo es la de su precisión, concisión, y rotunda
unidad de forma y contenido.
Y
es que el fenómeno tecnológico de la Internet por el que estamos atravesando,
incide, además, en el comportamiento de las nuevas generaciones, de manera
definitiva, principalmente a partir de
los «Milenios». La incursión de la lectura digital propiciada por la nueva
tecnología, así como ha popularizado el acceso al texto
literario convirtiendo la Red en una biblioteca universal gratuita, también ha
modificado la manera de leer en el monitor. La desatención y falta de concentración
al leer un texto cualquiera es asunto de agravamiento desproporcionado cuando
se hace no desde un libro de papel sino desde una pantalla de Ordenador ya que
el bombardeo de la red con los Links que atraviesan como flechas la columna vertebral
de la lectura, fácilmente distraen y descarrilan el rumbo del tema escogido.
Así
las cosas, con el ocaso de la novela filosófica y de la escasez de lectores,
así como hay algunos narradores que toman la decisión drástica y definitiva de
no volver a escribir una línea, al estilo del judío americano Philip Roth, (Pastoral americana), hay otros que
acomodan su estilo y la extensión de sus libros al formato de novela corta, en
donde se siente la ausencia de la voz narrativa de hondo aliento y se sustituye
por los diálogos anodinos de poco calado significativo, empobreciendo en
contexto la calidad del género. La aventura al estilo hollywoodense, La acción y
argumento que cuenta pero no reflexiona, sobrepasan de lejos la inexistente
substancia de un enjundioso cuerpo del lenguaje otrora sine qua non para señalar la
calidad de una obra.
Al
parecer la novela filosófica no goza de buena salud. Quizás sea un problema de
generaciones. De todos modos, el pan está ahí, solo faltan las ganas de comer.
La mesa está servida.
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