La Estética de lo feo en el
mundo de hoy
©José Díaz Díaz
El Grito de Munch
En 1853 El alemán Karl Rosenkranz publicó el libro: Estética de lo feo. La obra aborda un
tema que, ahora más que nunca, adquiere singular vigencia debido a la
aplastante imposición del gusto actual orientado y sostenido por la Media, por
la telaraña envolvente de la “cultura del espectáculo” y, por supuesto, por la
tendencia de parte de algunos artistas y escritores contemporáneos de trabajar
guiados por estos parámetros. Sumémosle a lo anterior la avasallante producción
de cine comercial alimentado por lo grotesco y vil del gusto imperante en
nuestra sociedad.
El hecho es que lo KITSCH— palabra alemana que define el mal gusto— parece imponerse
como tendencia actual, sin embargo la categoría de lo Feo, va más allá del mal
gusto, su presencia en el quehacer artístico
camina de la mano con la Historia de la Bellas Artes.
La fealdad se incluye dentro de las llamadas "categorías
estéticas". Pero, ¿cómo podemos considerar la fealdad como una categoría
estética considerando que lo estético es el estudio de lo bello? Rosenkranz en
la Introducción a su libro mencionado se hace una cantidad de preguntas muy
reveladoras que nos sirven para adentrarnos en la comprensión del tema:
“¿Cabe
imaginar unos estudios llamados "Feas Artes"? ¿Seguimos identificando
lo bello con lo bueno, y con lo útil? ¿Qué es más sencillo: hacer una historia
de la belleza sin nombrar a la fealdad o una historia de la fealdad sin nombrar
a la belleza? Tal vez, incluyamos a la fealdad en las categorías estéticas
porque esta es, además, una historia de la relatividad. Y si lo que en el
pasado fue feo, hoy es bello, llegamos a la conclusión de que no existe ni lo
feo ni lo bello, sólo el observador. Que cuando hablamos de fealdad, todo es y
a la vez no es”.
Hagamos un poquito de Historia. La sociedad griega fue una de
las que desarrolló en más alto grado lo que ellos entendían por belleza, con
unos cánones estéticos en los que se refleja su ideal: orden, proporción y la
armonía. Pero, ¿qué sucede con la fealdad en este mundo en continua búsqueda de
lo bello? Tradicionalmente, sabemos que los griegos asociaban "bello"
con "bueno" también "feo" con "malo". Así pues,
los personajes de las tragedias si eran buenos eran bellos y si eran malos eran
feos.
En
efecto, para los estudiosos de aquella época, lo bello se definía por las
medidas de unidad, simetría y armonía, mientras que lo feo, se concretaba en dispersión,
caos, deformidad y desarmonía. En todo caso, la oposición entre
lo bello y lo feo daba luces para comprender el fenómeno: lo bello se oponía a
lo feo; lo grande a lo mezquino; lo potente a lo débil; lo majestuoso a lo vil;
lo grácil a lo tosco; lo lúdico a lo muerto; lo atractivo a lo horrendo; y todo
lo anterior aunado a la madre de todas las contradicciones: el bien al mal,
devenían en caldo donde se cocinaban las
tesis para definir semejante problemática.
Pareciera
que la condición humana lleva en sí esa dualidad que lo impulsa a crear arte
desde sus tendencias raizales originadas en su inclinación apolínea o dionisiaca de sentir el mundo para
plasmarlo en su obra. En efecto, el artista apolíneo desarrolla su estética por
el camino de la armonía, mientras que el apasionado dionisiaco se va por el
sendero del desbordamiento.
Como curiosidad histórica, las leyes de Tebas prohibían representar un
objeto con un aspecto más feo del de la realidad y en la República de Platón, este se oponía
rotundamente a la práctica del feísmo. Y era un guardián de la belleza: "…también hay que ejercer inspección sobre los demás artistas e
impedirles que copien la maldad, intemperancia, vileza o fealdad en sus
imitaciones de seres vivos, o en las edificaciones, o en cualquier
otro objeto de su arte; y al que no sea capaz de ello no se le
dejará producir entre nosotros".
Después
de Platón, Aristóteles se apartaría del mundo de las ideas, con una opinión
mucho más abierta sobre el concepto de fealdad. Incluso llegará a afirmar que
la fealdad es una forma más de belleza. Con un pensamiento similar se
manifestaría Plutarco ya en la época romana. No dudó en hacer apología de la fealdad,
asegurando que el arte requería «diversidad».
De otra
parte, Kant en su Crítica del juicio plantea una definición de lo sublime con
impresión que supera en más de una forma a nuestros sentidos y nos
conmueve como si fuera una especie de poder infinito en el que naturaleza
de lo sensible, en el que la humanidad se arrincona para humillarse,
provocando una sensación de malestar. Con el arte se sojuzga lo horrible, se
lo somete al criterio de malhechor estético que celebra un desorden de lo
irregular y lo deforme porque lo que sin importar cuanto se busca la
pureza de la línea, ésta no se encuentra libre de desechos impuros que
buscan absorber la estética de la belleza. Tal exageración se desarrolló en el
llamado movimiento naturalista literario liderado por Zola en Francia y por
Blasco Ibañez en España. La estética del naturalismo es contraria a la tradicional y
propone una revolucionaria indiferencia entre lo “bello” y lo “feo” que no
juzga a lo uno por encima de lo otro si realmente es verdadero.
De acuerdo con Schiller, es común que la humanidad y nuestra propia naturaleza encuentre atracción
en lo triste, lo terrible y hasta lo macabro, porque incluso lo horrendo nos
atrae con una extraña fascinación, esto de una manera u otra se puede
considerar una cuna para la novela gótica en la que los castillos tétricos
y abandonados, estilo Harry Potter, lugares en ruinas y pasajes subterráneos
repletos de secretos que envuelven asesinatos, demonios, fantasmas y
alucinaciones de la perversidad humana. Si bien es cierto que la fealdad
no puede ser manifiesta sin destruir paradigmas de la estética de lo
bello, esto se logra superar gracias al Romanticismo y autores como Charles Baudelaire en Las Flores Del Mal donde se alude
a la lujuria, pecados, impurezas, defectos de la naturaleza y la humanidad
para crear una de las más grandes obras de poemas de dicha corriente.
Güernica de Picasso
Está claro que el
concepto de fealdad va más allá de la crítica de las expresiones artísticas
pues también cobija el fenómeno social. De acuerdo con Umberto Eco, los miembros de las clases altas siempre consideraron de mal gusto los
de las clases bajas; sin duda en esta discriminación han intervenido los
factores económicos pero en muchas otras ocasiones, esa aversión ha sido
de carácter cultural. Para el siglo XX, la evolución sobre las ideas en
torno a la estética de lo feo evolucionaron de tal manera que directores
como George Romero admitió que sus filmes
utilizan algo tan controversial como la sangre (sinónimo absoluto de vida)
con una “horrenda magnificencia” a fin de que la audiencia entienda que sus
películas son crónicas sociopolíticas más que un horror ocasional, por lo
que se abre una nueva cuestión: ¿lo feo es un medio de denuncia? Este
cineasta reconoce que el horror puede llegar a ser un disparador de ventas
dentro de la industria del cine, como el caso de Psycho de Alfred Hitchcock ( calidad óptima en el llamado cine de suspenso), o más recientemente
el burdo cine amarillista de temática de narcotráfico. De este modo,
ya no es posible hablar de la
degeneración que en ocasiones se difunden en los medios de comunicación
en masa, así como la celebración que le perpetúa algunas ramas del arte
contemporáneo.
Otro Angulo de la
discusión sobre lo bello y lo feo nos lleva a tener en cuenta la posición de
Voltaire en cuanto a la subjetividad de la mirada del espectador. En su
Diccionario Filosófico nos dice: “preguntad a un sapo qué es la
belleza, el ideal de lo bello. Os responderá que la belleza la encarna la
hembra de su especie con sus hermosos ojos redondos que resaltan de su
pequeña cabeza, boca ancha, aplastada, vientre amarillo y dorso oscuro…
preguntádselo al diablo: os dirá que dirá que la belleza consiste en un
par de cuernos, cuatro garras y una cola”. Era común aseverar que
una belleza europea no encontraba la misma fascinación en un lugar como
China o tal vez Latinoamérica, antes de que se diera un proceso de
globalización tan expandido que permitiera crear cánones internacionales.
Aun así, es necesario separar el feísmo ético del feísmo estético. El primero
es definitivamente malévolo mientras que el segundo es concienzudamente inarmónico.
En cuanto a los rasgos exteriores informes de una criatura, como el sapo,
habría que exaltar su belleza en su indiscutible esencia vital.
Según Karina Ulloa es
impresionante la galería de pesadillas, terrores y tragedias que vislumbran
desde hace casi tres mil años (que si bien tuvieron alejada esta línea del
arte durante mucho tiempo) en efecto, fue el Laocoonte de Lessing, una escultura que data del siglo I a.C. que hizo de manera formal
la primera redención de la estética de lo feo. Este ejemplo bastó para
que algunos autores comenzaran a
analizar la fenomenología de lo feo en distintas expresiones artísticas
topándose con lo complicado que se vuelve representar aquello que
provoca repulsión.
En
muchas ocasionas a lo largo de la historia, el gusto cambia con mayor lentitud
que los estilos, y por tanto, lo que hoy es considerado feo, puede llegar a ser
entendido como arte total. Así sucedió con las vanguardias del siglo XX. Estos
artistas rechazaban el arte naturalista y academicista de la época. Como
resultado, el público consideraba esas obras como fallidas representaciones de
la realidad. Es decir, arte "mal hecho", y por tanto,
"feo". Se podría decir que todo comenzó con el manifiesto de los
futuristas, quienes entendían realizar lo "feo" como una muestra de
valor. Sin embargo, La fealdad defendida por los futuristas, y dadaístas
era una provocación, muy diferente de la fealdad del expresionismo, que tenía
una función de denuncia social.
Esa
característica de encontrar en lo feo una manera de denunciar los antivalores
imperantes en nuestra época actual cobra una particular vigencia ya que se vale
de lo miserable y lo desgraciado de las nuevas relaciones humanas en donde se pretende
pisotear la dignidad del hombre actual mientras se enaltece el apetito
desbordado por el poder para la humillación de los demás. En este sentido, la
utilización de las categorías de lo humorístico y cómico, con sus aristas de
sátira, humor negro y ácido, lo burlesco y lo ridículo, (o la consagración de
la bufonería y del carnaval) se constituyen en vertientes provenientes del
grandioso caudal de las aguas de lo feo que, como hijos menores, trastocan la
patética tragedia de lo feo en risotadas hilarantes para aceptar la triste
realidad de la comedia humana.
Las
laceraciones emocionales dejadas por las
dos guerras mundiales y el inminente peligro de una tercera; La globalización
del terrorismo y de atentados colectivos
por doquier, nos ayudan a comprender el panorama desolador de una civilización
enferma. Las pinturas: Guernica de Picasso,
El Grito de Munch o La Cruz de Chenco Gómez (pintor expresionista de
nuestro patio), son apenas unos ejemplos pictóricos que aseveran con su mixtura de elementos deformes,
iconoclastas y simbólicos, el paisaje que transitamos.
Para
nada sobra anotar que fenómenos de
percepción de conciencia social en cuanto a sentimiento de credibilidad
y desasosiego existencial subyacentes en el pensamiento posmoderno, agravados ahora
por las corrientes de la posverdad y el negacionismo, contribuyen a debilitar
cualquier certeza sobre los cánones estéticos a seguir.
Pero
continuando con la línea de pensamiento de Rosenkranz, la cultura judeo- cristiana a través de la
biblia también tienen su peso específico, (y grande) en sostener la dualidad
entre lo bello y lo feo. De hecho inducen a parapetar el símbolo de lo feo en una de sus
personajes más significativos. La exposición del mal estético
culminaría con lo diabólico. Para empezar hay que rechazar, la postura de
aquellos que consideran absolutamente antiestético a lo diabólico. Esto sería
tanto como exigirle al arte exclusivamente “exhibiciones morales” y no
permitirle que refleje en sus creaciones “una imagen del mundo”. Lo diabólico
es esta instancia que hace de la negación del bien un fin absoluto y demuestra
placer en la práctica del mal. Sin embargo, la disolución de lo diabólico en lo
cómico está ya presente en su contradicción originaria. Su absurda empresa,
instaurar en el universo “un estado de excepción” a las leyes del universo
mismo, se hace más absurda cuanta más fuerza se emplee en ella. Frente a la
sabiduría divina, garante del curso del mundo, la del diablo es ínfima y
ridícula, de ahí que éste aparezca en las representaciones populares como clown
y gañán. La caricatura, el arte de individualizar, el arte de lo característico
cierra el círculo. La exageración caricaturesca reconduce la forma de su
distorsión a condiciones de libertad. La más poderosa manifestación de lo feo,
el mal llevado hiperbólicamente a su extremo, aparece como caricatura por no
poder ocultar su impotencia ante el orden divino del mundo. No hay que olvidar
que para la tradición bíblica el Ángel Caído pertenecía inicialmente a la
milicia divina.
Como puedes apreciar, amigo
lector, el tema da para mucho. Espero que este sea apenas un abrebocas para
masticar despacio el agridulce sabor de la incertidumbre globalizada en cuanto
al gusto se refiere.
La Cruz de Chenco Gómez
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