De la revista
CRÍTICA. Cl
Apreciados amigos, les transcribo el texto del prólogo que escribí sobre la nueva novela YO BIPOLAR de Jesús I. Callejas,
publicado en Revista Crítica cl. de Santiago de Chile.
Un diletante
en su panóptico. Prólogo a la novela: YO BIPOLAR de Jesús I.
Callejas. Por José Díaz- Díaz
EN
EL MUNDO DE LAS IDEAS E IDEALES
REVISTA LATINOAMERICANA DE ENSAYO FUNDADA EN SANTIAGO DE CHILE EN 1997 | AÑO XX
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Un diletante en su panóptico.
Prólogo a la novela: Yo bipolar, de Jesús I. Callejas.
Artículo publicado el 15/06/2018
Un joven escritor narra en un
diario o novela —a través de ramalazos de memoria— trozos de su vida signada
por el agobiante padecimiento de una condición mental que lo sojuzga. Sus
recuerdos, afloran abruptamente, como confesiones íntimas, tortuosas, dolorosas
y perturbadoras que dejan desnudo el espíritu sensible de un hombre
imposibilitado para adaptarse y convivir bajo los parámetros médicos, éticos y
estéticos de la sociedad de nuestro tiempo.
Yo
bipolar, novela de Jesús I. Callejas, es la
segunda de un tríptico antecedida por Memorias Amorosas de un
afligido (Amazon 2004) y Los míos y los suyos,
de pronta publicación. El espacio ficcional citadino en donde se desarrolla la
trama, se llama Baja gracia, ciudad ubicada en el sur de la Florida y trasunto
de Miami. Así la describe el narrador:
Si
usted cree que exagero le invito a que recorra algunas atestadas calles de
Bajagracia; disfrutará de variopinta fauna: charlatanes, orates, falsas putas,
cabrones, ladronzuelos, negociantes sin escrúpulos o rateros con corbata,
retrasados mentales, politiqueros provincianos, suicidas, canallas por el
placer de serlo. Tome en cuenta mi recomendación, apreciado turista; no se
limite a recorrer centímetros de idiosincrasia barata: los multiculturales
retablos gastronómicos abrumados por la vulgaridad de sus espejos e
ingeniosidad vernácula digna de las peores carpas provincianas.
Los museos y las galerías, las
bibliotecas y librerías del mundo entero, la oficina del psiquiatra, el
edificio donde vive, pero sobretodo, el espacio fantasioso, ilusorio y onírico
de una atmósfera plena de detalles surreales, constituirán los ambientes y las
escenografías por donde se mueve nuestro personaje. No nos sorprendamos cuando
veamos deambular al protagonista dentro de una escena cinematográfica o dentro
del lienzo de un cuadro de Modigliani, pues su condición mental lo lleva a
confundir el espacio real con el de sus mundos alternativos.
En cuanto al tiempo en el que
transcurren las aventuras narradas podríamos situarlas entre 1950 y el
presente. El argumento es mínimo y tan secundario como suelen ser el de las
novelas literarias actuales, que apartadas de la columna vertebral del
“cuentico”, ahora, sostienen su fuerza expresiva en otros elementos narrativos.
Se reduce a contarnos su cotidiana existencia en la ciudad y desde el núcleo
familiar que lo constituyen. Así los describe:
Más allá de la cúpula ambarina,
manoteando el perfumado éter se cruzan cosmonáuticos mis padres, hermanos,
tíos, primos, Amelia con su hijo infante de una mano y su hijo hombre de la
otra, compañeros estudiantiles, amigos, terapistas, psiquiatras, camareros,
cantineros, tenderos, bodegueros, barrenderos, oficinistas gubernamentales y
privados.
Su imposibilidad afectiva y emocional para mantener una relación estable
y funcional de pareja, nos lo cuenta desde su extravagante relación con su
amante esquizoide Amelia. Pero, antes de seguir adelante permítanme agregar
algo más sobre la debilidad del argumento de la novela actual, muy pertinente
en el caso que nos ocupa. Ya lo decía Ortega y Gasset en su ensayo: La novela
presentativa, que lo importante no
es el argumento, sino los aspectos formales, algo parecido a lo que ocurre con
la pintura moderna. Que “el objeto que se expone no está presente en toda su
plenitud, solo se ofrecen algunas alusiones a él, pobres y no esenciales.
Cuanto más miremos el lienzo, más claro nos es la ausencia del objeto. Esta
distinción entre mera alusión y auténtica presencia es, en mi entender,
decisiva en todo arte; pero muy especialmente en la novela”.
El título de este prólogo: Un diletante en su panóptico,
busca sintetizar y comprimir al máximo lo que yo considero las imágenes
simbólicas de una obra que persigue con insistencia la substancia primordial
del ser humano en cada párrafo que asume. Esta narración en primera persona, es
una ficción alimentada por un fuerte componente autobiográfico, en donde el
autor exhibe su extraordinario cultivo intelectual y cuyo alter ego se muestra
mas que se esconde. Callejas es un diletante contemporáneo
como pocos con una visión diáfana sobre la condición enfermiza de nuestro
tiempo, en donde él es víctima y un vivo ejemplo de criatura secuestrada. La
imagen del Panóptico viene al caso ya que esta estructura arquitectónica
carcelaria diseñada en los finales del siglo XVIII por el inglés Jeremy Bentham
y explicada al detalle por el francés Michel Foucault, nos ubica en el centro
de la disfunción de nuestro personaje, afectado por un complejo persecutorio y
un consecuente pánico incontrolable.
La omnisciencia invisible del
“Guardia universal” o “gran hermano” que desde su garita central vigila y
castiga, es sin duda la gran parodia y símbolo genérico de la obra de Callejas,
sobre la arquitectura de poder de nuestra civilización.
Digamos algo respecto del
protagonista-narrador: el personaje nos zahiere brutalmente con su locuaz
verbo, al narrarnos su patética historia personal eso sí, con un vocabulario de
un sibaritismo sin parangón en la narrativa actual. A este punto es necesario
reconocer que Callejas rescata en su escritura al idioma castellano de esa
postración y pobreza de léxico hoy por hoy y sobretodo en el habla de los
países caribeños, disminuido hasta la tristeza.
Quien nos lleva de la mano hasta
el infierno de sus vivencias es un antihéroe, un hombre sin entusiasmo,
que llegó tarde a la feria del romanticismo y temprano al coliseo del
nihilismo. Presuntuoso, indolente, perturbado, pesado, raro y antisocial, «un
sansón de la demencia»; ocioso decadente como él mismo se describe, y al
mismísimo estilo de Bartleby el personaje de Herman Melville, nos abruma al
envolvernos e implicarnos en ese mundo quebradizo donde reina el absurdo en
donde lo único real es el insoportable padecimiento de una condición mental
apabullante. Como él mismo dice:
No soy
ni místico, ni intelectual, ni científico; si acaso, un esteta aficionado, un
diletante. ¿”Satori”? Lo “mío” es la bipolaridad. No perder el único faro: la
tramposa mente, cabaretera saltarina y a la vez aliada imprescindible. La
intuición, con sus cantos de sirena, mejor se la dejo al sueño…”.
La trama de la novela, en fin, navega siempre hacia el fondo de un mundo
enajenado que nos aprisiona en el despliegue de su interioridad polarizada.
Estructurada en más de cuarenta capítulos independientes, al estilo cortaziano
de Rayuela, se pueden leer y releer en cualquier orden,
con la seguridad que siempre caeremos en el mismo abismo de su esencia
inarmónica, parodia del mundo que todos habitamos.
Transcribo apartes del segundo capítulo, en donde el protagonista nos
cuenta sobre sus primeros pasos del alucinante mundo que navega:
…
¿A qué edad te llevaron por primera vez a una sesión? Déjeme recordar… Doctor,
si no traiciono mis recuerdos, creo que asistí por primera vez a terapia con
seis años debido al pánico que me ocasionan los ruidos y a tratar de esconderme
de familiares y, subsecuentemente, de los compañeros escolares. Pero, fui al
principio uno de los mejores alumnos del achacoso plantel: calificaciones con
puntajes de no menos de noventa y nueve o noventa y ocho (por cinco años
consecutivos se mantuvieron en cien, ¿no la parece extraño?), condecoraciones
anuales, diplomas nacionales, asistencia y puntualidad intachables. No
obstante, un día de caluroso enero, jamás lo olvidaré, por ser el mes de mi
terrenal onomástico, ocurrió el espantoso anuncio del naufragio: sin motivo
alguno me arrasó un histérico ataque de llanto, preludio, sí, a la horrífica
sospecha de que las piezas no encajaban en el rompecabezas vivencial y de que
haberlo descubierto sería la maldición de esta mente en striptease depravante.
Y, ¿qué decir en cuanto al estilo narrativo de Yo bipolar? Callejas ya nos tiene acostumbrados, en
casi una veintena de obras publicadas, a leerlo en su forma barroca y
adjetivada, donde eleva a su máxima potencia expresiva la tesitura de un idioma
escrito que nos abruma felizmente por su majestuosa riqueza. En este texto,
particularmente, podemos apreciar el visible mejoramiento de la calidad de una
narrativa cada vez más plena y depurada, que bien nos dice de una cota elevada
conseguida enhorabuena por el autor. El texto está diseñado como novela-ensayo,
propicio para verter en capítulos-viñetas toda clase de monólogos interiores,
mini-ensayos sobre crítica de música académica, arte clásico y contemporáneo,
cine silente y a color, literatura de todo género e ismos; diálogos directos e
indirectos que a veces nos dan la sensación de estar inmersos leyendo un guion
de teatro del absurdo de Eugene Ionesco con el fondo filosófico de Albert
Camus, escritor a quien Callejas admira con especial consideración.
Los tópicos que asume nuestro personaje-narrador son variados y siempre
de interés universal en cuanto característicos de la cultura judeo-cristiana y
de Occidente. El asunto puntual y primordial de este libro no es otro que la
denuncia dela ética médico-psiquiátrica y de medicación con el cual se aborda
el problema de salud mental de la población. Pero: Yo bipolar va más allá de las barreras de un
tópico casero. Se regocija en el estercolero de una civilización en decadencia
cuyos nuevas generaciones no parecen vislumbra nada confortante. Sobre algunos
jóvenes dice:
Tatuados
y con aretes hasta en las lenguas, mirando hacia el más allá como en espera del
supuesto Juicio Final. Dan la impresión de, a duras penas, haber sobrevivido a
la lobotomía, pero al coincidir en el ascensor, me saludaron con respeto, debo
reconocerlo, y siguieron entretenidos con sus celulares provistos con camaritas
fotográficas. La mayoría de estos muchachos se desplazan como víctimas de una
liposucción cerebral colectiva.
Continuemos con el asunto de la exaltación de la locura, que en la obra
constituye un verdadero panegírico a la obra de Erasmo de Rotterdam: Elogio a la locura (1513), libro que fuera muy
celebrado en su tiempo. Copio el siguiente aparte:
Me
inclino humilde ante ti Locura, icono supremo de nuestro tiempo. Salve, sublime
Locura, ¿individual o seriada, qué importa?, eres el ídolo final por ubicar en
el decrépito pedestal de nuestro credo. Ante ti me regocijo ahíto de disparates
y terrores, bendecido por el estigma que expeles sobre la estolidez de los que
alientan. Inefable divina: rescátanos de la corrupta cordura de aquellos que
intentan reivindicar este mundo cuando no hacen sino empeorarlo machacando a
los demás. Eres fase álgida en destinos activados con perversa cuerda. Planeo
alto viendo cientos de ciudades paralizadas por estar las desidiosas moléculas
bebiendo vino en un show de modas; ¿cómo culparlas por su veleidosa agenda?
Las precisas e incisivas disquisiciones sobre temas tales como la
historia, (en particular la cultura y mitología grecorromana), la filosofía, el
arte, la literatura, la música, el cine, en cuanto objeto de vivencias directas
y cotidianas involucradas en el mundo real y virtual del protagonista
constituyen crítica viva y sarcástica que rebasa los linderos de la ficción
para convertirse en voz que reprueba la perturbada huella de este momento
histórico. “La libertad es un pájaro que vuela en ámbitos estrechos” nos recuerda Callejas, para quien es necesario
des-occidentalizar occidente si es que se desea salvar el mundo. En este
sentido coincide con Albert Camus para quien el nuevo orden que se busca no
puede ser solamente nacional, ni siquiera continental, ni menos occidental u
oriental. Debe ser universal. En todo caso es una crítica devastadora que solo
algunos podrán comprender pero para el autor esto poco le interesa ya que sabe
para quien escribe. Al respecto dice:
…No me
interesa que me lean todos, sino algunos. Entonces, eres soberbio, clasista.
Sí, pero clasista del espíritu… Soy buena gente. Un tipo bacán, leal y honrado,
lo que los cretinos son incapaces de percibir. Hoy la depresión predominando
sobre la ansiedad; días acelerado, los restantes ansioso.
Quizás las anteriores
aseveraciones de nuestro personaje nos lleven a encasillarlo en las consabidas
ubicaciones de diestra o siniestra. Nada más alejado de la verdad que eso. El
mismo narrador lo desmiente:
Para
los capitalistas soy un perdedor, para los comunistas un reaccionario. He
vivido bajo ambos regímenes, pero no corresponden a esta saga emocional
cronologías cuyos detalles prometo revelar en su momento y que hoy me
laceran.
Amigos lectores, como pueden
apreciar, todo buena escritura y en este caso la de Jesús I. Callejas, nos
genera un sinfín de elucubraciones interminables pues su substancia es tan
espesa y a la vez tan transparente que nos inunda y nos deslumbra dentro de sus
ilimitadas orillas. Les deseo suerte al emprender el camino de su lectura. De
la mano de Caronte llegaremos al lugar que nos espera. Nos veremos al regreso.
José
Díaz- Díaz
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