Carlos Fuentes.
La vigencia de su narrativa
© José Díaz
Díaz
Hace unos
días, en el Club de lectura de la biblioteca pública de Miramar, Florida, bajo
la coordinación de Viviangeli Colondres y la moderación de la escritora mexicana Alejandra Morales, leímos y
analizamos el libro de Carlos Fuentes: Instinto
de Inez.
Algunas de
las conclusiones a las que llegamos, provienen de esa amena y productiva
discusión sobre uno de los libros quizás menos conocido del connotado escritor
mexicano.
Lo primero
que salió a relucir, fue el prolífico trabajo de Fuentes que, publicando desde 1962,
con la novela Aura, se mantuvo
escribiendo y publicando hasta días antes de su muerte en 2012. Más de treinta
títulos constituyen su amplio arsenal de obras legadas a la humanidad.
En cuanto a Instinto de Inez, publicado en 2001, es
una novela corta que con solo 140 páginas y ocho capítulos nos lanza al abismo
de la hondura filosófica activada desde el comportamiento y pensamiento de sus
dos personajes protagonistas: la cantante mexicana de ópera Inez Prada y el
director de orquesta, el europeo Gabriel
Atlan-Ferrara. El autor construirá a través de ellos un argumento sencillo,
breve y elemental que constituirá la columna vertebral y la justificación para
reflexionar sobre los fundamentos esenciales que conforman la psicología del
ser humano contemporáneo.
La Novela
encaja dentro del género filosófico, de argumento mínimo y denso contenido, de
poca acción y mucha reflexión, como suele ser escrita la nueva novela
posmoderna. Un ramillete de preguntas y afirmaciones de profundo interés que
buscan conocer los hilos conductores que desenmascaran y explican el comportamiento
de la condición humana, es el leit motiv
de la narración. La fuerza del instinto (ego, miedo cerval, individualidad, colectividad)
determinaran al mezclarse con ciertos rasgos de la cultura actual (vanidad,
orgullo profesional, triunfos, y reconocimientos sociales), las causas que
devienen en el enclaustramiento solitario e inminente de los protagonistas y
en la consecuente pérdida de posibilidad de integración como pareja.
El desamor y
desencuentros de esta pareja nos arrojan a enrostrar temas delicados y a veces
hasta patéticos como lo son la vejez y la muerte. “No tendremos nada que decir
sobre nuestra propia muerte. El muerto no sabe que está muerto. Los vivos no
saben qué es la muerte”. Afirma Fuentes.
La vejez,
encarnada en Gabriel, de 92 años, es el declive penoso, la caída inmisericorde,
el vergonzoso deterioro de toda criatura que algún día anterior fue radiante
imagen de belleza y fortaleza.
Los capítulos
de Instinto de Inez (ocho en total)
conforman en sí mismos— como piezas de una sinfonía, con valor y estructura
independientes— subtemas abordados con analogías de honda substancia poética lo
que constituye el sostenido estilo literario de un Fuentes que sabe navegar con
elegancia de diletante consumado, la aproximación a los más sentidos problemas
del hombre posmoderno.
Inez y
Gabriel significan el escalón más elevado en cuanto a la elaboración de la sensibilidad artística. Personifican la
consumación del talento humano en el dominio, en este caso, del canto y de la
dirección orquestal. Viven para el arte y su compromiso real es con el arte y
no con persona de carne y hueso. Y de paso, la música (clásica, por supuesto), «el
arte más puro y abstracto» según el autor, es el sublime conector que ata la emoción
humana con el deleite de la armonía universal.
Y la música y
la emoción está concretada en la novela con la puesta en escena de La Damnation de Fausto de Berlioz, a su
vez inspirada en el mito de Fausto (la soberbia del hombre que le vende su alma
al diablo a cambio de juventud, poder y sabiduría), obra que será interpretada
bajo la conducción de Gabriel.
Muchos
autores han escrito sobre la relación entre música y literatura pero pocos como
Fuentes logran sentar al lector en una sala de conciertos para comprometerlo en
una frecuencia de onda donde la melodía, los acordes, los instrumentos, la voz
operática; los coros y la parafernalia que conforman el espectáculo, todo bajo
la batuta de conductor, hasta llegar, tomados de las manos en cadena total con el
público, a vivir la catarsis milagrosa de la salvación de su miseria por el don
místico de la música.
Dos inmensos
capítulos, como poemas desbocados se adentran en describir lo que constituirían
las vivencias del hombre en su evolución prehistórica: patriarcado matriarcado,
el ruido y el sonido, la lucha por la supervivencia, las cuevas y el arte rupestre,
etc., etc.) Son dos odas que develan la herencia antropológica de Inez Y Gabriel.
Serían los instintos que determinan aún hoy la conducta de individualidades tan
sofisticadas y pulidas estéticamente como los personajes que nos ocupan. Los
instintos de Inez determinan su conducta igual que las fuerzas narcisistas de
Gabriel lo condenan al aislamiento y lo alejan de toda posible ligazón amorosa
con alguien, así ese alguien sea afín a su visión de mundo.
Un rasgo del
estilo de Fuentes, recurrente en muchas de sus novelas, además de su reiterado
nicho de amor por la mitología, o por la descripción detallada de grandes
ciudades como París, Londres o la misma ciudad de México, también está presente en esta pequeña gran
obra el carácter histórico de los ambientes que las describen y que enmarcan a
México con Europa.
Estas conexiones
históricas por todos conocidas que a veces tienden a ocultarse, y que dejan una sensación de separación entre Europa y
Latinoamérica, Fuentes las ata. Fusiona cabos y ata pueblos mostrando que más
que separación lo que hay es conjunción. De ahí que sus personajes el uno es
mexicano y el otro europeo. Esto me lleva a recordar uno de sus cuentos: Vladi, en donde lleva el personaje, el
conde Drácula (nacido en Rumania) a terminar su periplo en busca de la eterna
juventud (la misma tragedia que la de Fausto) en el DF.
Tampoco falta
en la novela los elementos mágicos, simbólicos y hasta fantásticos. En este
caso está soportado en la existencia de un supuesto sello que como talismán sagrado
u objeto de arte, imprime y contiene todo el pasado, presente y futuro de
Gabriel, aprisiona la memoria total de
un destino. Se me parece a ese objeto indescriptible que es el Aleph de Borges.
Todos estos
elementos contenidos en Instinto de Inez
los analizamos en la tertulia mencionada que como siempre, nos deja un sabor
agridulce en donde dos horas son nada para atisbar las honduras que un autor de
culto, en este caso Carlos Fuentes, nos invita para que nos a sumerjamos en las mismas aguas que su potente
creatividad lo llevó a clavarse con la incertidumbre de no haber podido llegar
a tocar fondo.
El libro está
ahí, como doncella virgen presto a ser abierto.
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