Claves para
leer la novela: En busca de la infancia
perdida, de José Díaz- Díaz.
Por Rafael
Guillermo Ávila
Con motivo de la celebración del foro que se realizará
para discutir la novela por parte de los miembros y amigos del Club de lectura
de la Miramar Branch Library de Broward,
el próximo 18 de enero de 2019, les comparto los siguientes textos.
El objetivo
es el dar luces para que los participantes tengan elementos adicionales que
enriquezcan sus puntos de vista en el desarrollo de la conversación.
Cordialmente invitados a participar.
Quienes aún
no tienen un ejemplar de: En busca de la
infancia perdida, pueden ordenarla en Amazon o leerla en Kindle. También
pueden solicitarla llamando al 786 512 3437, o escribiendo a:
joserdiazdiaz@gmail.com
Texto de la Reseña Literaria escrita por el poeta y
escritor Ernesto Olivera Castro.
“La salvación está en reconocer el pasado”
es la sentencia de Joe, el protagonista de En
busca de la infancia perdida, la nueva novela de José Díaz- Díaz, que nos
conduce a ese binomio de un mundo lleno de nostalgia- reflexiva, donde nos
vemos reflejados los lectores. En la imprescindible niñez. La novela de Díaz
alcanza la fluidez de todo discurso persuasivo, con la carga emocional y los
recursos estilísticos, como escena
obligatoria diríamos en teatro para contar una historia.
Uno de estos
recursos es el dominio del entorno, a través de sus descripciones y referencias
(Calle St. Thomas, clínica St. Michell, Haulover Beach), de su experiencia
literaria (abasto de lecturas y puentes intelectuales de Díaz) y experiencia de
vida (viajes y andanzas por Paris, Londres, Madrid) ahora extrapolados en el
personaje actor acción atrezzo, donde
nos veremos inmersos, viajando por toda la página.
Finalmente
cabe destacar que el lector imprime su experiencia, incluso a través de otras
lecturas, y nos desbocamos con los caballos de Mishima, en la Opera aperta, invocando y haciendo eco
de Umberto.
Otro recurso
es la utilización de la novela como instrumento de indagación, y el escritor,
el personaje y el lector abrimos las heridas, los bajos fondos o la suave
patria como dijo el poeta mexicano, y una cosa nos lleva a la otra, como
concatenación universal, y es otra manera de viajar por la página, como hizo
Proust. Podemos romper un mundo y adentrarnos en otro, como hizo Hesse, y
mantener esa ruptura y continuidad como hizo Hegel, como hizo José Díaz- Díaz
en su novela al indagar en el plano intelectual, emocional, como hizo el
personaje Mary a invitarnos a ver la vida como una obra de arte, a ver la
estética como ética, su carpe diem.
“Si tu sientes
paz en tu corazón, entonces no necesitas de ninguna religión” un leitmotiv en la obra, a su vez, como filosofía viva, de
este instante, ahora. Al indagar en nosotros mismos indagamos en el universo
que arrastramos dentro, con los demonios de la creación.
Finalmente,
apuntalar que la digresión es alfa y omega, es decir, al partir hacia nuevas
tierras se escribe con la idea de volver al origen, al punto de partida,
concluir el ciclo abierto, la lógica narrativa, per se de la nueva metáfora y estructura, a esos viejos conectores,
una veces lingüísticos, de tiempo y espacio o lugar, otras veces invisibles,
con ese misterio que nos seduce.
El tercer
recurso, entre varios más (tratamiento del tema, aspiración y respiración de la
novela total, etcétera) que a mi juicio personal nos elige en su encanto, es la
reivindicación de la poesía, la materia prima, la palabra elegida. La metáfora
simbólica en una de las sentencias del narrador omnisciente acerca de la
infancia “es ese niño herido por dentro” y de entre tanta bellísima reflexión
en toda la obra, llena de aliento poético, cito de la página 267:
“La noche los lanzaba allí como náufragos que
entre más lejos se encuentran de un lugar de salvamento, más cerca se sienten el uno del otro. Navegan dispersos
en el silencio de sus soledades arrojados a sus abismos de sus paisajes
interiores. Comprenden que el mutismo tiene sentido cuando es precedido por un verdadero alarido
del alma. Y Mary Monserrat sigue buscando como orate iluminada su infancia
perdida, porque sabe que solo allí podrá
recuperar el genuino encanto de su existencia…”.
Un aporte
latino a la narrativa del Sur de la Florida
Por Mariela Zuluaga
Todos llevamos un “niño herido por dentro” dice en
una entrevista, José Díaz-Díaz autor de la novela En busca de la infancia perdida, y Rilke, en Cartas a un joven poeta aconseja que para inspirarse, el escritor debe retornar a la infancia en que “la
soledad era el temple habitual”.
En una época en la que, pareciera,
ha aflorado un reconocimiento de la niñez como una etapa importante “per
se”, a la que hay que atender no solo para garantizar adultos más equilibrados,
sino para menguar sufrimiento a los infantes, esta novela surge como un
testimonio que resguardado en la ficción y velado por la idílica nostalgia de
la niñez lejana, llama la atención sobre las cicatrices que nos va dejando en el alma el simple hecho de
vivir.
Unos protagonistas, ya no tan jóvenes, que fueron resolviendo a la
fuerza y en el camino, los distintos
conflictos con los adultos que les tocaron por suerte como madres, padres, tíos
o amigos, que huyen de sí mismos y de lo que han sido para encontrar la razón de sus vidas, tejen, en su
desasosiego, la trama de esta historia
“sin historia” que logra descolocar al lector y hacerlo, talvez, reflexionar
sobre el origen de su propia búsqueda.
Personajes aparentemente superficiales, que no muestran interés de
romper el cascarón de la niñez, para
conservar lo bueno y lo nefasto que ella les brindó, posiblemente por
miedo a abordar un presente que defrauda y duelo mucho más por lo simple y
rutinario.
En esta novela culta y abiertamente cosmopolita, que supone un cúmulo de
lecturas y un largo recorrido vital del autor, pues desde su mismo título
remite a la buena literatura, a la música, a la tecnología y al arte en general, los personajes son emigrantes por necesidad o
por gusto: todos habitaron de niños distintos escenarios y países, antes de
llegar al lugar donde se desarrolla la novela: Miami y el sur de la Florida
ubicada temporalmente en la segunda década del siglo XXI. Ninguno es nativo de
ese lugar.
Llama la atención el
narrador en tercera persona que con su ojo omnisciente va desnudando sin pudor
el cuerpo y el alma de cada uno de los personajes y por momentos se baja de su
cielo de observador para volverse un poco protagonista, crítico y consejero,
pues no desaprovecha oportunidad para “pellizcar” al lector y sacarlo de su confort buscando, convertirlo en un activista del
mensaje ambivalente (huida-búsqueda/frustración-entusiasmo)
que el autor confiesa quiere transmitir.
En treinta capítulos
cortos y ágiles, escritos en un español, sin
nacionalidad aparente pues está salpicado de giros entre ibéricos y
latinoamericanos, el narrador describe minuciosamente paisajes, escenarios,
sensaciones y sentimientos, para mostrar la “incomodidad del
alma” como diría Rilke, que se hace contundente y permanente en esta
interesante novela que, sin duda, es un gran aporte latino a la
naciente narrativa de la “ciudad del sol”.
Mariela Zuluaga García
Poeta y escritora colombiana
Septiembre de 2016
Hoy, a
las 4:55 am - soy un madrugador inveterado - concluí la lectura del libro del
escritor colombo-estadounidense, José Díaz-Díaz, EN BUSCA DE LA INFANCIA PERDIDA, de la colección: La caverna. No
suelo ser un lector furibundo. A veces suelo leer dos o tres libros
simultáneamente, pero este me lo devoré en menos de una semana. Y es que la
temática que plantea en autor te va agarrando de una, tanto es así que,
insensiblemente, te identificas con el tema planteado, a tal punto que sientes
la coincidencia de las vivencias de los personajes y las tuyas. Y es que cuando
el autor afirma: "...la memoria es un misterioso sendero que une el pasado
con el presente y que da sentido a lo que somos y creemos", no hace otra
cosa sino darle la razón a uno de los personajes, Carlitos, al plantearle a su
amigo, Joe Alberto - Berto - que "si se puede viajar el futuro, por qué no
hacerlo al pasado"; o cuando se quiere referir a los neófitos en música,
al citar a Marilyn Monroe, quien dice al escuchar una pieza, que "...debe
ser música clásica porque no canta nadie". Y esa hermosa manera de
advertirnos que "...La noche huía dejando sombras en su deslizamiento
hacia el amanecer...".
Graduado
en Filosofía (¡Oh, la filosofía vive!) en la Universidad de Santo Tomás y post
grado en Literatura en la Universidad Javeriana, ambas de Bogotá, José es,
además, dueño de una apabullante cultura general, amén de monstruoso lector,
cultor de la música y de las artes visuales.
El libro cuenta con la cubierta de una obra
del pintor Chenco y el diseño de su esposa, Patricia Franco-Gómez.
Edwin Maza
Medico pintor y escritor colombiano
Noviembre 2016
Martes 04 | Octubre de 2016
Director: Héctor Loaiza
4 475 995 Visitas
Desde 2001, difunde la literatura y el arte — ISSN
1961-974X 136
En busca de la infancia perdida (fragmento) de José Díaz- Díaz
En este fragmento de una
novela de José Díaz-Díaz, lo que más sobresale es el hecho de que el autor haya
logrado transformar una escena, que podría ser banal, de un Salón de masajes en
un ambiente edénico. Pese a la tendencia del autor a utilizar figuras y
metáforas complicadas, llega a contagiar al lector con sus descripciones de los
masajes que reciben sus personajes, mujeres y hombres, por las diestras manos
femeninas. Esos masajes y la utilización de aceites y perfumes, despiertan los
instintos de los clientes y también reviven las imágenes de sus pasados. Según
el autor: “Somos una misma carne y nuestro cuerpo pertenece a un Todo en donde
el dolor no tiene cabida.”.
En busca de la infancia perdida
Por Rafael Guillermo Ávila
El
regreso a la infancia es un documental de exhibición permanente en el
inconsciente humano, va instalado en el espejo retrovisor de la
existencia de cada individuo, que mientras avanza por la vida, registra de
manera indeleble fotografías de esa época; que han generado fuentes
imborrables de recuerdos, que reclutados con la genética y las diarias circunstancias,
definen las estructuras básicas del desarrollo del carácter y la personalidad.
Es decir, el niño de ayer está reflejado en el adulto de hoy y en el
anciano de mañana y posiblemente en el reconocimiento que se haga de su vida
después de morir.
José
Díaz - Díaz, recoge estos atributos en la definición de sus personajes, para
precisar el drama de la vida de cada uno de ellos, pero con un arsenal
literario de incalculables dimensiones. Maneja el idioma como fichas de ajedrez
en donde cada una tiene su propio movimiento y su manera de defenderse y de
atacar, recurso administrado magistralmente de manera que el lector frente al
tablero ve las jugadas y trata de adivinar cuál será la próxima, sin soltar el
libro. Desde la cultura general integra: filosofía, sicología, geografía,
política internacional, religión, antropología, historia y arte: para ubicar al
lector e introducirlo en los temas y que experimente o repase los hechos
unidos. Entrelaza el amor, las pasiones y frustraciones, en una novela de
conclusiones profundas, descritas en el mismo comportamiento de los personajes,
puntualizando la condición humana, tal cual.
La
niñez es la materia prima de la formación, y una vez aceptado cada hecho
como línea de trazo de la personalidad, muestra que el comportamiento es
concordante; y no es el destino, es el mismo niño que construye y forma el
guion de su vida, del cual mañana se sentirá: orgulloso, desgraciado, frustrado
o satisfecho, pues él es arquitecto de su vida, en compañía de padres y
maestros de la escuela, durante esa definitiva etapa.
“El
hombre es él y sus circunstancias”, expresó el Maestro Hernando Carrizosa,
Colombiano, en una exhibición de su obra pictórica, en la Casa de Bolívar en
Bogotá, en el año 2011. En el caso que se nos ocupa, el escritor, ha tenido el
valor de introducirse en ese espacio y circunstancias de sus personajes, para
invitarnos a la reflexión sobre nuestro propio guion y tal vez en el documental
de nuestra infancia, para que encontremos la posibilidad de mejorarlo, si
queremos y estamos aún a tiempo. Significa esto, que la obra tendrá siempre una
capacidad constructiva, edificante y reflexiva para quienes la aborden.
Lo escrito, escrito está, pero lo bien escrito requiere reconocimiento. En la
novela está José Díaz, sus personajes y sus circunstancias.
Rafael G. Ávila
Octubre 21 de 2018
En busca de la
infancia perdida. Reseña literaria de
la crítica Constanza Révérend.
Por Constanza Révérend
Como un
retrato de la realidad, una puesta en escena del desencuentro interior y la
carencia de sentido humano, en el mundo adulto e inane que se opone y niega a
los personajes que reflexionan y buscan una razón de ser, una validación de su
propia trascendencia, de su creatividad, de su tiempo y acontecer, cuya
cotidianidad no les deja más remedio que el individualismo como refugio, donde el monólogo es el único recurso
con el cual se adentran en su propia conciencia, ese espejo interior en el que
intentan hallar, quizás, la clave de quiénes son y para qué quieren seguir
adelante, como un teatro del mundo al borde del colapso se abre al lector la
historia narrativa de la novela En busca de la infancia perdida, de
José Díaz Díaz (La Caverna, escuela de escritura creativa, 2016).
La intertextualidad es una característica del contexto narrativo de esta
novela que halla en este recurso una forma de dimensionar semántica y
simbólicamente la realidad que pretende expresar, y que solo a través de la
misma literatura adquiere profundas connotaciones; las ideas, los sentimientos,
experiencias y espacios se definen como reflejos de otras obras, porque tanto
el narrador como los personajes son en principio lectores, cuyo juicio se
establece desde la perspectiva de la escritura como forma de trascendencia si
bien artística, profundamente humana; hay un afán por no perder los alcances
significativos ya logrados a través de las imágenes y palabras en otras obras
que definieron un estado y condiciones existenciales que, como símbolos,
rescatan esa esencia que se quiere recuperar y que le es tan ajena a la vida
moderna desajustada, deshumanizada, programada, en la que todos buscan en el
otro un refugio y ven solo el retrato de su propio descontento. Esta
intertextualidad hace que la novela se mueva en un contexto eminentemente
letrado que pone a su vez al lector en el ejercicio de leer la novela a través
de otras obras, para entender el significado emocional del mensaje: “Logra
la puerta de salida y se encuentra con una callejuela tan angosta como la rue
inventada por Edgar Allan Poe en su cuento Los crímenes de la calle
Morgue”, p.22. Es a través del discurso literario, la poesía, el cuento y la
novela, como se entiende la búsqueda por la razón de ser y, a la vez, es a
través del ejercicio literario, como se capta la dimensión humana de la
realidad; el acto de leer (interpretar la realidad) y el acto de escribir
(transcribir el pensamiento) son la esencia de la condición humana en su más
profunda acepción.
En: En
busca de la infancia perdida el ser es lo que piensa y la
trascendencia del discurso adquiere su forma en las palabras que otros han
logrado soslayar y definir para lograr un significado antepuesto al lenguaje
ordinario, cotidiano, repetido y aprendido y carente de sentido porque no
refleja nada, porque es solo un eco de la sociedad y sus normas.
En la
novela, ser adulto significa ajustarse, someterse, ingresar a la rutina, a ser
productivo y domesticar los sentimientos, las emociones, la apariencia; implica
ser una imagen a semejanza de las otras; los personajes, sin embargo, huyen de
esta racionalización, todos, a su manera, rompen con las reglas y viven
marginados, en sus narrativas personales de amores posibles, de escenarios
inesperados, de ruptura de normas y conatos de comuniones con personas en su
misma condición de desadaptados, aquellos que no quieren dejarse devorar por un
entorno y unas condiciones en las que ya no creen, por las que ya no quieren
luchar. Por el contrario, la infancia es esa instancia en la que el ser se
abandona a vivir, a percibir-se, a aprender-se y comprender-se porque todo
redunda y retorna a sí mismo, pero es, de otra manera, el momento en el que se
marca al ser para siempre, porque lo que se vive con ingenuidad e inocencia de
pequeño, se juzga y de redefine y revalora de adulto, es esa mirada
retrospectiva la que crea el desajuste y la inestabilidad y hace que rebroten
de otra manera las imágenes hundidas en lo más profundo del subconsciente, de
ese difuso mundo que se mueve en un contexto irracional y que de vez en cuando
aflora.
Es
interesante ver como en la novela los personajes no están realmente en
conflicto con los otros, sino con su propio devenir; ellos se toleran, aman, se
necesitan, en medio de un individualismo solidario con el desencuentro del
otro; los diálogos no se establecen para entender al otro, sino para expresar
la propia búsqueda y el inmisericorde resultado que termina en la
incertidumbre, en lo que puede ser o no.
La
existencia de un narrador omnisciente que cuenta y se inmiscuye en la vida e
historias de los personajes se cuestiona cuando aparece un testigo alterno -y
este es un logro en la novela- que revela su condición, no de demiurgo, sino de
un personaje más que se integra al mundo dubitativo y anti radical, para incursionar
en espacios aparentemente racionales y eminentemente emocionales donde es él,
este narrador, quien da cuenta de lo ocurrido a su cómplice que no es otro que
el lector:
Sobre el vértice del curio, Bessie, una
gata doméstica de mirada curiosa, blanca con sombras negras y grises, tenía su
rincón preferido desde donde miraba extasiada el paisaje exterior a través de
la ventana. El mobiliario lo completaban dos sillones de espaldar alto, un
comedor con cuatro sillas y una cama al fondo vestida con un edredón rojo. Ese
rincón en particular exhalaba un tenue aroma de jazmín proveniente de un ramo
de flores sembrado en un búcaro sepia que descansaba en la esquina al lado de
la tele y de la mesita del computador. No sé. Me parecía que se respiraba una
atmósfera intimista, algo surrealista por lo escueta y diáfana. Una energía
agradable y una levedad de espíritu emanaban de ese hogar de indulgente
quietud.
Mientras tanto, Joe, sin voluntad para
pensar en nada, se tiró en el futón cuan largo era y de un tirón se zafó los
zapatos. Una sensación de comodidad lo invadió y sus sentidos eran sus ojos que
ahora miraban hacia adentro. Sus ojos cerrados le abrieron una compuerta
secreta que lo lanzó a un escenario muy frecuentado por él en sus sueños
recurrentes. Era algo así como un espacio abierto sin puertas ni murallas,
inmerso en una atmósfera de transparencias que lo acogían cual confortable
placenta. No me atrevo a afirmar si estaba soñando o estaba recordando. Lo que
sí se con certeza es que estaba dormido porque su respiración era suave y
rítmica, talvez plácida. En todo caso, era como un sueño evocatorio. «La
salvación está en reconocer el pasado», murmuró. Pág. 22-23
En busca
de la infancia perdida es,
así como la obra de Marcel Proust En busca del tiempo perdido, un
retrato de lo cotidiano y, no obstante, es la reflexión de un estado
extraordinario de los personajes que quieren hallar la razón de sus vidas y su
acontecer al no saber quiénes son, al no poder definir qué sienten, un estado
de conciencia que les hace decidir dejarse llevar de la vida y sus encuentros y
desencuentros, como el único modus vivendi, un refugio que los
preserva de la carencia de sentido de la realidad.
El
retorno a la infancia no es propiamente lúdico, no es un solaz, es un
descubrimiento de la pérdida constante de la inocencia, de que los momentos de
verdadera felicidad, dignos de recordar, se limitan a fragmentos inconclusos
que oscilan entre la realidad y la fantasía, entre el mundo del desencanto y el
sueño liberador.
En busca de la infancia perdida,
Anotaciones
del autor.
Siempre
tuve la corazonada de que la amistad es más perdurable que el amor. Es decir, que una amistad bien llevada puede
constituir lazos permanentes más fuertes y significativos que una relación de
enamoramiento, por lo general, fugaz y apasionada.
Esa
corazonada constituyó uno de los motivos por los cuales encuadré los rasgos,
sentimientos y acciones de Mary Monserrat— el personaje central de mi nueva
novela— en ese nicho de confort,
quizás develado después de un largo periodo de hibernación. Sin embargo, fue la fuerza del título, el cual devino primero que el texto, la que
marcó el tejido que imbricó las partes del cuerpo de la ficción.
Pero,
¿Qué importancia tiene retrotraer algo que ya se fue, como lo es la lejana
niñez?, me preguntaba una y otra vez en la medida que avanzaba en la redacción
de la novela. Dudaba, pero siempre salía airoso con la respuesta. Estaba
absolutamente seguro de que ese estadio de nuestras vidas—la infancia— subyace
siempre en nuestro comportamiento de adultos. El inconsciente nos lo recalca
siempre, y cuando soñamos, la mayoría de las veces lo hacemos sobre ese periodo
de la vida.
Los
recuerdos memorables recrean escenas agradables o fallidos de esa etapa, y
aunque todos llevamos un niño herido por dentro; la infancia nos remite al goce
sin cuestionamiento de esos instantes. Lo lúdico, lo inocente, lo no
contaminado se nos impone como característico de esa edad. Como complemento y
reafirmación de la relevancia del asunto, el sentir la infancia nos salva cual
bálsamo milagroso, de este momento histórico en donde la duda sobre todo y
sobre todos, rompe el corazón y la inteligencia. Cuando escribí la palabra
«fin», confirmé que el tema era en verdad el que la novela estaba imponiendo.
Las columnas conceptuales del contenido se materializan en sentencias repetitivas a lo largo del
texto, como mantras que reiteran los principios éticos del personaje principal.
Por ejemplo, la frase: «Si tú sientes paz en tu corazón, entonces no necesitas
de ninguna religión», o,
“Si tú te sientes completo en cuerpo, mente y espíritu, entonces no necesitas
de otro para que te complete”, lo encontramos a lo largo del contenido de ciento cincuenta páginas.
Mary Monserrat y Joe Alberto Nieves constituyen una
pareja en soledad. En el relato afloran
con bastante frecuencia recuerdos incesantes que recrean los momentos
trascendentales de sus aventuras personales, que los han dejado lisiados, desvalidos,
lo cual los lleva a desnudar sus almas para terminar vislumbrando una epifanía
que les impone la aceptación inequívoca de que viven en un mundo falaz de fingimiento total, que les
impide tener certeza alguna sobre lo que son y lo que buscan. Es una novela de
huida y de búsqueda. De frustración y de entusiasmo.
Aquí todo
acercamiento a la aprehensión de la realidad es sesgada. La lente me muestra una gran mentira global. Las deslealtades, los compromisos fallidos, las familias
disfuncionales, la insinceridad y el declive moral, la máscara y la mascarada
tocan fondo en el remolino narrado.
Pero no todo es
pesimismo. La protagonista comprende con claridad que no es fácil escapar al
molde impuesto por la ola social de banalidad y vacío, y por ello propone hacer
del cotidiano vivir una obra de arte. Vivir la vida algo así como en un
performance regido por el bien y la belleza, la bondad y el desprendimiento. Me
pareció pertinente circundar esa utopía con unos cuantos paletazos de color
local, chispazos humorísticos, barruntando una atmosfera salpicada de
develamientos oníricos y puntuales connotaciones de sibaritismo cultural.
En
cuanto al lenguaje, persigo un estilo detallista y descriptivo, que se detiene
en representar los rasgos de un rostro, la forma de vestir de un personaje o la
evanescente atmósfera de los sueños. Voy tras una expresión narrativa viva,
coloquial y sin artificios, con el empleo de frases cortas, directas y
contundentes.
Todo sucede un mes de octubre del 2012 enmarcado en
una trama que transita una época desde 1980 hasta el 2012. Las descripciones
muestran una polifonía
de época precisa. No hay historia redonda ni lineal. Todo vuelve hacia
atrás buscando el tiempo mítico de la infancia. Tres espacios cerrados y
cargados de simbolismo ocupan el centro de la mirada: el apartamento de Mary,
hogar de desahogo y descanso; el lugar de su trabajo, el hospital, ámbito de
dolor y sufrimiento y el salón de masajes, templo para la exaltación del
cuerpo.
Me preocupé en particular por describir espacios que
corresponden a la geografía de Miami y del
Sur de la Florida. La intención es la de contribuir a la formación de
una narrativa de la ciudad. Como quien dice: la «ciudad del sol» no puede ser
solo playas y centros comerciales. Buceo entre palafitos, manglares y desperdicios un lugar para la cultura literaria de nuestro
entorno.
Dirección de la Miramar Library:
2050 Civic Center Pl. Miramar, Fl. 33025
Fecha: 18 de Enero de 2019. Hora: 10:30
A.M.
Rafael Guillermo Ávila es miembro del club de lectura
de Miramar Library y de la Fundación la Caverna.
Rafael Guillermo Ávila
Nacido
en Bogotá, Colombia, Agosto 2 de 1950
Administrador
de Empresas de la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano.
Tecnología
Educativa. Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano
Análisis
y Diseño de Sistemas de Información e Informática para ejecutivos. Universidad
de los Andes.
Curso de
Postgrado en Estrategia Empresarial. Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano.
Educación
en escenarios virtuales. Universidad Nacional Abierta y a Distancia
Diplomado
en Ética Profesional Universidad de La Salle. Bogotá Colombia
Magíster
en Docencia de la Universidad de La Salle Bogotá Colombia (no graduado)
Ejecutivo
del sector Financiero en Bogotá Colombia por 17 años.
Experiencia
como Docente universitario por 35 años. Bogotá Colombia.
Postulado
por la Universidad de La Salle, como mejor docente universitario del año
2.006 (Premios Revista Portafolio, Bogotá Colombia).
Video: El show de Nancy Restrepo con José Díaz Díaz
( Para ver darle clic al link.)