Espiral de silencios,
una novela coral sobre el conflicto armado en Colombia
© José Díaz-Díaz
A diez años de la
publicación de la novela de Elvira Sánchez-Blake: Espiral de silencios, y con la formidable noticia de su traducción
y publicación al inglés, no puedo menos que retrotraer en esta Reseña Literaria,
algunos elementos que cobran especial interés y vigencia en cuanto al acercamiento narrativo y literario que la
autora logra en esta su ópera prima.
Con el respaldo de un background que dice de su probado
compromiso social y académico, esta
colombiana graduada en Comunicación Social de la Universidad Javeriana de
Bogotá y doctorada en Literatura por la Cornell University de Ithaca, New York;
con la autoría de varios ensayos sociológicos, políticos e históricos en los
cuales permanece como leitmotiv temático la condición de la mujer colombiana en
ese rol de víctima de los conflictos armados, Sánchez-Blake da el salto hacia
el universo literario para narrarnos en
una novela testimonial de ficción
histórica que nos sumerge en el mundo alucinante de de la violencia en Colombia. Escoge como asunto
de la narración y marco histórico de
referencia dos sucesos cruciales acaecidos durante las dos últimas décadas del
siglo veinte: la toma de la Embajada dominicana en Bogotá y el asalto al Palacio de Justicia en la misma
ciudad, por grupos del M-19.
Pero escribir buena
literatura sobre “la violencia en Colombia” no ha sido fácil, ya lo advertía García
Márquez en un ensayo sobre el particular que tituló: No todos los caminos conducen a la novela.
Allí el Nobel afirma que: … Probablemente, el mayor desacierto que cometieron, quienes trataron
de contar la violencia, fue el de haber agarrado —por inexperiencia o por
voracidad— el rábano por las hojas. Apabullados por el material de que
disponía, se los tragó la tierra en la descripción de la masacre, sin
permitirse una pausa que les habría servido para preguntarse si lo más
importante, humana y por tanto literariamente, eran los muertos o los vivos. El
exhaustivo inventario de los decapitados, los castrados, las mujeres violadas,
los sexos esparcidos y las tripas sacadas, y la descripción minuciosa de la
crueldad con que se cometieron esos crímenes, no era probablemente el camino
que llevaba a la novela. El drama era el ambiente de terror que provocaron esos
crímenes. La novela no estaba en los muertos de tripas sacadas, sino en los
vivos que debieron sudar hielo en su escondite, sabiendo que a cada latido del
corazón corrían el riesgo de que les sacaran las tripas. Así, quienes vieron la
violencia y tuvieron vida para contarla, no se dieron cuenta en la carrera de
que la novela no quedaba atrás, en la placita arrasada, sino que la llevaban
dentro de ellos mismos. El resto —los pobrecitos muertos que ya no
servían sino para ser enterrados— no eran más que la justificación documental.
Fiel a las advertencias del Gabo,
nuestra narradora consigue superar el facilismo de la anécdota sangrienta y de la
crónica noticiosa y elabora— con el apoyo de técnicas estilísticas y recursos lingüísticos—un
nivel de alegoría y metáfora, propios para la presentación de un cuadro que
compagina con la complejidad del fenómeno que narra. Y esta elaboración no es
fácil de conseguir. Es justo precisar que el tema de la violencia en Colombia primó
en la pluma de los narradores colombianos durante todo el siglo
pasado. Hasta la década de los sesenta se escribe narrativa «en la Violencia», es
decir, un realismo pedestre de necrología y muestrarios de miseria y dolor.
Acordémonos de El nueve de Abril, de Pedro Gómez; o El monstruo, de Carlos H. Pareja. Los anaqueles
se llenan de una serie de novelas no literarias escritas por testigos de la
acción armada, en algunos casos autobiográficas, en otros, novelas testimonio
pero la mayoría carentes de decantamiento, de oficio poético-literario.
Paralelamente, aparece
una narrativa más esmerada, con utilización de técnicas propias del lenguaje
literario y que podríamos llamar: literatura “sobre la Violencia”. Al mismo
tiempo que se toma distancia del fenómeno, la calidad y el nivel de elaboración
van mejorando. Tal es el caso de Noche de
pájaros de Arturo Alape o Estaba la
pájara pinta sentada en el verde limón, de Alba lucía Ángel (1976), o de algunas
novelas puntuales de Laura Restrepo. Por
supuesto queda fuera de serie Cien años
de soledad, novela señera sobre la violencia en Colombia. En el 2006 se publica:
Los ejércitos, de Evelio Rosero, la
cual gana el premio Tusquets de novela.
La novela de Rosero es
el ejemplo claro de cómo abocarse a una narración de trama de confrontación
armada sin tener que disparar un solo tiro. Igual que en la obra de Sánchez-Blake,
lo que importa es adentrarse en la
conciencia agobiada del civil, en sus vivencias extraordinarias al interior de
su desvalido rol de víctima acorralada
por la agresión externa de su contorno, como dice Rosero: “secuestrados por los
cuatro ejércitos: el militarismo, el paramilitarismo, la guerrilla y el
narcotráfico”. En Espiral de silencios,
no encontramos ni sangre a borbotones ni el feroz ruido de las balas ensordecedoras
que cabalgan el viento llevando el perentorio mensaje de la muerte. El espiral
de silencios y preguntas sin respuestas que envuelven al lector, en este caso
es el absurdo drama de los civiles desarmados que levantan su voz quebrada pero
perentoria para exigir el cese de la barbarie.
Es imperativo resaltar el acierto en el
trabajo sobre técnica estilística que
empodera la fuerza de la estructura narrativa de la escritura de Sánchez-Blake. Ella logra
construir una trama clásica dentro de la llamada «novela coral» con
todas las características que la tipifican. Recordemos, por ejemplo la novela Manhattan Transfer de John Dos Passos o
a Salsa de Clara Obligado. En las dos tenemos a varios personajes cuyas vidas
se entremezclan, para hilar las historias que convergen en un centro donde
todos gravitan. Asimismo escogen un escenario común, que es el punto de
encuentro de los personajes. Al igual que hace Dos Passos en Manhattan Transfer con la estación del
tren, este salón se convierte en protagonista de la historia. En el caso de Sánchez,
el lugar es San Juan y específicamente el salón es el telar donde se reúnen las
mujeres a tejer y a buscar colectivamente la salida al drama trágico que
padecen.
La lente, el
ojo y la mirada femenina con que la
autora enfoca su singular acercamiento al drama que relata, constituye la
unicidad de su escritura. Este acoplamiento «abiertamente femenino» con la
materia narrada es claro y sobresaliente en el objetivo de la autora. Las voces
corales también son femeninas, todas personajes principales sin protagonistas. Mariate,
Norma y Marina, son las voces del coro, dirigidas o narradas en este caso por
Nora, personaje y narrador omnisciente y testigo, quizás trasunto de Elvira.
Ellas serán quienes nos cuenten su tragedia y nos envuelvan en sus dolorosas
historias imbricadas, en la torturada y secuestrada piel social que las
contienen.
La contundencia y
fuerza con que estas voces femeninas narran sus miserias en primera persona, en
un presente continuo, entre diálogos precisos y cortos, consiguen impactar al
lector y dejarlo alelado y absorto, sufriendo el mismo vahído de impotencia y
desconsuelo ante un absurdo destino que se empeña en acorralar a sus víctimas
sin permitirles una salida hacia el encuentro con la dignidad humana que solo
pide vivir en paz. Elvira Sánchez-Blake
logra magistralmente encontrar ese camino de catarsis y liberación, al interior
de su historia narrada, involucrando un personaje colectivo constituido por
todas las de mujeres del pueblo, quienes
con su arrojo de lanzarse todas a una en el campo de batalla sin arma alguna más
que su valentía, paralizan a los combatientes enfrentados, evitando una
mortandad y liberando a los habitantes
del pueblo (San Juan) de la violencia fratricida entre paramilitares y guerrilla.
Otro elemento del
oficio narrativo muy bien logrado—y exigido por la novela coral— que la autora
consolida es el de entremezclar en este caso,
las vidas de las coristas que se retroalimentan y entrecruzan, hasta
conseguir que sus destinos comunes se fusionen como una madeja indisoluble. La
gran metáfora de la novela, está asentada en la figura del telar, taller que
sirve de núcleo aglutinante de las mujeres víctimas y desplazadas que con su avance
de “punto, cadeneta, punto, punto, cadeneta punto”, hebra a hebra logran
felizmente construir el tapiz perfecto final de la labor cumplida, lo que es
igual, analógicamente entendido, a la
superación de un albur de desdicha y aniquilamiento al lograr la tan ansiada
paz para su pueblo.
Es necesario hacer
notar el excelente nivel de descripción que la autora maneja. Como ejemplo
copio el párrafo referente al encuentro entre un grupo de la comuna 13 de Medellín
con un comando guerrillero:
Norma observó desde el resquicio de la ventana la
dotación de armas que traían esos jóvenes, y no pasó inadvertida la codicia
irreprimible que experimentó el jefe guerrillero, porque su ceño fruncido se
convirtió en un gesto de avidez. A pesar de su corta edad, estos chicos podrían
tener más experiencia en la guerra que los más diestros guerrilleros. La sorprendía
y horrorizaba la juventud de los muchachos de ambos bandos. En sus rostros apenas
se asomaba una pelusa incipiente y sus voces arrastraban todavía la inflexión
aguda de la infancia. Solo en sus ojos se atisbaba la perdida de la inocencia.
Tras sus lentes oscuros se perfilaba la marca de amargura y la acritud de
quienes desconocen la compasión.
Para terminar, debo
decir que Espiral de silencios, es un
sensible documento literario que logra llegar a lo profundo de la conciencia
humana para interrogar sobre su avieso destino que pareciera conducirlo por los
caminos de la autodestrucción. La mesa está servida. En este caso, una vez más
la vida se salva por el embrujo de la palabra.
José Díaz- Díaz es Director de La Caverna, escuela de
escritura creativa
3 comentarios:
Elvira Sanchez-Blake Gracias al escritor y crítico José Diaz Díaz por esta reseña sobre mi libro.
Gracias por el justo reconocimiento a la labor investigativa y literaria de Elvira. Su descripcion pedagogica sobre "novela coral", inspira y motiva a continuar aprendiendo y comprendiendo desde este tipo de obra, ese trasfondo que recrea las emociones del lector, desde la intencion de la autora en sensibilizar el drama humano de quienes involuntariamente se ven abocados a vivir las consecuencias irracionales de la guerra.
Angela Sánchez Rueda Justo reconocimiento!!! que alegria saber que ya se este poniendo en manos del publico no solo tus virtudes literarias.... que son SORPRENDENTES!! sino el contenido de tus obras, cuya intencion despierta la TOMA DE CONSCIENCIA !!! QUE TANTO NECESITA LA SOCIEDAD!!!
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