A la
pregunta obligada de por qué una obra
literaria deviene en clásica, sin titubeos
debemos afirmar que alcanza esa categoría porque las nuevas generaciones la siguen leyendo, ganándole de
esa manera la partida al tiempo y a su poderosa arma, el olvido. Tal es el caso
de este cuento de Herman Melville que, aunque publicado por primera vez hace
166 años, conserva intacta su misteriosa atracción, ineludible para todo lector
sensible.
La figura
interiormente lastrada de Bartleby, su personaje principal, acrecienta su
vigencia en cuanto símbolo de resistencia pasiva a un estado de cosas que
resienten su adecuación a los parámetros existenciales de la vida moderna y
posmoderna. En ese sentido Melville propone una narración de anticipación, que
más adelante y con sus peculiaridades propias, retratarán la compleja
psicología otros personajes de la gran literatura tales como Gregorio Samsa en La metamorfosis de Kafka(1915),
Meursault, en El extranjero de
Camus(1942), o Mauricio el personaje de Bartleby
y compañía de Enrique Vila-Matas(2007).

La sinopsis
argumental del cuento cabe en un párrafo, pero la trama, las descripciones y
las reflexiones profundas y simbólicas que acompañan su escritura dimensionan
su potencia a tal punto que cautivan y noquean al lector dejándolo sumido en un
estado de shock emocional ante la fuerza persuasiva de su personaje. Bartleby,
invade con su insoslayable presencia nuestra sensibilidad emocional y con su conducta
obcecada, caprichosa e insólita, ajena a cualquier intención aviesa, se
convierte en el antihéroe angelical protagonista de la inacción y la impotencia
enlodándonos con su radical nihilismo. Necio, herido de mansedumbre, con su
descolorida altivez y austera reserva; desolado, melancólico, apático,
ecuánime, que parece el más triste de los hombres, que parece solo,
absolutamente solo en el universo sin abrazar una pálida esperanza de que las
cosas cambien, es un obstinado, de marginación extrema. Y es que Melville ha logrado poner en escena a un personaje despojado
de toda alegría de vivir, sin raíces, sin historia, pleno de silencios. La
inactividad e inadaptación llevadas al extremo
confieren a Bartleby rasgos angelicales y originarios, dibujando una
fuerza primaria del ser humano, cuya sola presencia causa turbación
para quien es capaz de ver. Pero no todos son capaces de sostener la vista
hasta el fondo de esa oscuridad, sobre todo cuando enfila hacia donde la
marginalidad irrumpe en una zona oscura y amenazadora por una caída en prisión
y la muerte por inanición. El arte narrativo de este cuento escapa de la lógica
social normal (zanahoria o mazo) para deslizarse por un sentido de la
resistencia hasta el absurdo, porque todas las relaciones se disuelven en la
obcecación del escribiente.
El estilo de
Melville es lúcido, caracterizado por un
magistral uso de todo recurso lingüístico y de técnicas narrativas
sencillas y complejas en donde no se escapa el mínimo detalle ni la analogía,
la metáfora o el símbolo que encumbran su escritura y la elevan a un plano de
excelsa laboriosidad. Ya desde la publicación de Moby Dick el autor indicaba la
potencia de su oficio. Seguramente que leyó la Filosofía de la composición de
Poe, publicado tres años antes y en el cual comunica los secretos de cómo
escribió su poema más famoso: El Cuervo. Seguramente leyó también El Manifiesto
del Partido Comunista, publicado cinco años antes, en 1848, en donde ya se
denuncia la deshumanización del sistema económico imperante. Las descripciones
detalladas al máximo, vienen acompañadas de un humor ácido, tragicómico de los
personajes. Las
escenas a veces llaman a la hilaridad dentro de un tono extravagante y
discreto.

La escenografía y el paisaje opresivo; la
ambientación y la atmósfera por donde
deambula nuestro personaje no pueden ser más contundente en cuanto a acrecentar
la devastada personalidad de esta alma cuasi romántica y melancólica. El
edificio, el ciego muro de ladrillos sin ventanas, dibujan una arquitectura moral y emocional que contienen
armoniosamente su infeliz espíritu. Ese Mecanismo literario que ensambla
personas y espacios para imprimirles una unidad de imagen es colosal en la
pluma de Melville.
La icónica y
estrecha calle de Wall Street, emblemática de Nueva York, luego convertida en
el corazón de la Bolsa de Valores y hasta del símbolo del capitalismo
financiero mundial será el espacio geográfico
por donde se mueven los personajes. La famosa calle
encarna el simbolismo absoluto del poder monetario universal. La oficina del
abogado y el biombo donde es «fijado» el amanuense, es una prisión y un refugio
para el agobiado copista. Más tarde la cárcel
constituirá el encierro final y La oficina
de las cartas muertas donde se constata el fracaso de los mensajes y la
conversión en basura para incinerarse, constituirán el golpe final que remata
la descripción implacable de nuestro personaje. La pérdida de las palabras en
esas “cartas muertas” es la hipótesis para la parálisis de Bartleby, por un
efecto devastador de ese extravío en los fragmentos de la existencia ajena.
Ante esa posibilidad de que los mensajes nunca encuentren un destino, el
cuentista desata su extremo sensible. Uniendo ambos eslabones (la copia
mecánica con la destrucción de cartas personales) se redondea la protesta: de
un lado, el Estado-productividad, y, del otro, el Destino impersonal se
conjugan para introducir la tragedia, especie de irracionalidad extrema que
acosa al personaje Bartleby. Cuando un individuo queda contaminado por esa
irracionalidad el universo entero cobra un carácter ominoso, el relato posee un
tono sombrío y hasta terrible. El espíritu del escribiente virginal por dentro
se comporta impermeable e inactivo por fuera. Es la terrible consecuencia de la
resistencia pasiva.
“Preferiría no hacerlo”, en inglés “I would prefer not
to”, es el leit-motiv y la frase
elegante y enigmática que ha permanecido para la posteridad, en calidad de un
sello distintivo de este relato y motivo de análisis concienzudos para revelar
su confección. Posee encanto literario cual repetición de un sonsonete musical.
Para el lector tal rechazo termina por ser previsible y añade un toque cómico.
Luego de esa irrupción de fuerza originaria, el lenguaje posterior termina mudo
alrededor de tanta negación. La frase opera cual «bomba» que destruye y
paraliza el campo de batalla, entonces al personaje lo rodea el silencio y la
inacción.
Bartleby es
para los filósofos un nihilista estoico o un escéptico; para los religiosos un
místico contemplativo, para los políticos un anarquista antisistema, para los
psiquiatras un paranoico esquizoide aquejado de mutismo. Bartleby es una figura
inquietantemente polimorfa que desafía tanto a la lógica como a la psicología.
Bartleby es un hombre sin referencias, sin cualidades, sin particularidades,
usando el concepto de Musil, un hombre sin atributos. Hermético e impenetrable,
aparece de la nada y se instala en una pura pasividad paciente y al final se
deja morir de inanición. Es la alegoría de una posición existencial
caracterizada por una suspensión de la acción regida por una "lógica de la
preferencia negativa" Su divisa "Preferiría no hacerlo" no
indica que se niegue a hacer (voluntad), sino que prefiere (intención) no hacer
algo. Su negativa inmotivada a hacer, combinada con su inhumana calma y su
firmeza suave, desconcierta y causa una extrañeza paralizante a aquellos con
los que interactúa. Además el escribiente permanece inmutable mientras los
demás sufren importantes cambios a raíz de su relación con él. El abogado,
protagonista y narrador, pasa de la sorpresa a la ira, de la ira a la
irritación, de la irritación a la reconciliación, de ésta a la piedad y la
caridad, para acabar en pura fraternidad.
A Bartleby se le presiona para que diga sí o
no. Esperan de él una negativa rotunda,
una insubordinación para así poder echarlo, pero el escribiente no rechaza aunque tampoco acepta,
avanza y se retira en su mismo avance, se expone apenas en una ligera retirada
de la palabra. Por otra parte, Bartleby tampoco expresa algo preferible,
de manera que entre lo que no prefiere -conocido- y lo que prefiere
-desconocido- se abre un ámbito de indeterminación que desconcierta.
Para Vila Matas, estos personajes
de ficción encarnan o simbolizan la tensión constante entre escritura y
silencio, entre narrar y callar. La desconfianza ante la posibilidad del
lenguaje, de decir la vida, hace que el escritor se plantee las razones de
preferir escribir a no hacerlo y algunos al final prefieren no escribir,
prefieren el vértigo de la nada que la palabrería vana, prefieren el misterioso
y virginal silencio que la repetición de lo mil veces dicho.
Debo terminar acotando que también Borges tuvo que ver
con esta maravillosa historia de Melville. Él traduce y prologa a Bartleby. Nos
confirma con su calma sapiencia que: “… el
tema constante de Melville es la soledad; la soledad fue acaso el
acontecimiento central de su azarosa vida. Bartleby
es más que un artificio o un ocio de la imaginación onírica; es,
fundamentalmente, un libro triste y verdadero que nos muestra esa inutilidad
esencial, que es una de las cotidianas ironías del universo”.